Publicidad

Doce uvas

Francisco Gutiérrez Sanín
09 de enero de 2009 - 02:04 a. m.

UNO DE LOS RITUALES MÁS INTEREsantes de las fiestas que por fin están terminando consiste en comer doce uvas y asociar a cada una de ellas un deseo, una expectativa, que debería realizarse el año que entra. Es interesante, porque obliga a jerarquizar y a establecer prioridades.

Uno puede quererlo todo, pero sólo unas pocas cosas con mucha intensidad. ¿El rito persistirá? ¿En qué se habrán gastado los lectores sus uvas? Aunque los que leen prensa, y más aún páginas de opinión, constituyen un grupo pequeño... Sospecho que la mayoría de la gente se concentra abrumadoramente en objetivos mundanos. Alguien sueña con ser más flaco o tener menos granos, aquella espera con toda su alma que desaparezcan las estrías de sus piernas, el de más allá aspira a jugar mejor fútbol para poder deslumbrar a su novia. No le echen la culpa de esto a la comercialización de las navidades o a algo parecido: no es nuevo. Ya Adam Smith decía, palabras más palabras menos, que a la mayoría de las personas las hace sufrir más una uña encarnada que un terremoto en un país muy lejano, digamos China, que ha generado una magnitud enorme de espantoso dolor humano. Sobre este problema de perspectiva se edifica en parte la deliciosamente kitsch, y atrozmente rentable, literatura de autoayuda.

Una porción de las uvas, empero, quizá se dedique a otros temas. En un país como Colombia habrá decenas, cientos, que quieran encontrar a un familiar, o siquiera su cadáver. Esto es individual, pero ciertamente no mundano. ¿No habrá espacio para la envidia? Quien envidia a veces tiene una poderosa forma de altruismo que le permite desearle lo peor a su objeto de detestación, incluso a costa de sus propios intereses. El odio y la rabia seguramente también encuentren su espacio. Pero no sólo hay uvas de la ira. ¿No se pueden invertir una o dos para homenajear la gracia o el talento? Por supuesto. Tengo que confesar que casi me gasto una para que Federer ganara su decimocuarto Gran Slam, pero me di cuenta a tiempo de que el gran Roger no habrá de necesitar mi remoto óbolo.

¿Habrá habido muchas uvas públicas? Espero que sí. Porque en Colombia hay cientos de causas importantísimas, pero sencillas, cuya solución nos dejaría mejor a todos (al menos a los que estamos en la legalidad). Temas “paretianos”, para usar la jerga de rigor. En teoría, son más fáciles de resolver, pues no deberían contar con enemigos. Pero si no hay quién los siga, desaparecen de la agenda. Parte de la fundamental “banalidad del bien”, de la que han hablado varios autores, consiste en persistir sin descanso hasta resolver los problemas paretianos. Algunos de ellos: que se acaben los falsos positivos y se tomen los correctivos institucionales necesarios; que se dé fin al asesinato sistemático de líderes sociales (apenas ayer mataron a otro); que salga avante el proceso de liberación unilateral de secuestrados que ha gestionado la senadora Piedad Córdoba, que se acabe la espantosa práctica del secuestro.

Sí. Ojalá miles de uvas se hayan dedicado a los problemas públicos, sobre todo a los paretianos —y que, como en el caso de las uvas privadas, generen deseos que transformen las actividades cotidianas—.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar