Dólar por encima de $ 3.000

Eduardo Sarmiento
23 de agosto de 2015 - 02:42 a. m.

El dólar llegó a $ 3.000, superando las previsiones oficiales. El Gobierno falló cuando permitió que el déficit en cuenta corriente llegara a los niveles actuales y ahora se equivoca al dejar que la corrección provenga del mercado.

La economía adolece de un desbalance externo y de un perfil productivo dominado por las commodities que interfieren su desarrollo.

El argumento oficial de que el alza del dólar obedece a las decisiones de la Reserva Federal y el precio del petróleo es impreciso, si bien ambos factores influyen en el comportamiento, no son los únicos ni los más importantes. La verdadera explicación del fenómeno se encuentra en el contexto interno. La revaluación de diez años y luego la caída de los precios del petróleo configuraron un déficit en cuenta corriente que pasó en seis meses de 4% a 7.5% del PIB, a tiempo que la inversión extranjera se redujo a menos de la mitad. En consecuencia, se configuró una escasez de divisas que presiona la cotización al alza. Como las exportaciones industriales y agrícolas no responden, y los precios del petróleo bajaron, se observa un proceso de déficit creciente y devaluación que no tiene cuándo terminar.

No se ha querido reconocer que el aumento del déficit en cuenta corriente ocasiona una fuerte contracción de la demanda y una severa escasez de divisas. La devaluación del tipo de cambio se enfrenta a un marco contractivo que impide que los ajustes aseguren su efectividad para ampliar las exportaciones. Los dos desequilibrios no se pueden corregir con las políticas convencionales.

No es cierto que la devaluación favorezca al sector industrial. Las importaciones duplican más las exportaciones, y el valor agregado doméstico es menor que las compras externas. El alza del dólar afecta más los costos que los ingresos. Las empresas no obtienen los ingresos que les permita adquirir las importaciones y bajar los precios de las exportaciones para competir en los mercados internacionales.

Los hechos están demostrando que el efecto de la tasa de cambio sobre la balanza de pagos no se da cuando las exportaciones están representadas en su mayor parte por commodities cuyos precios externos están terminados en dólares y cuando la producción industrial y agrícola tiene un alto componente importado. La economía queda expuesta a grandes devaluaciones que requieren cuantiosos aumentos de la inflación y reducciones del salario real para que los ingresos de las empresas superen los costos y tengan los márgenes para bajar los precios de las exportaciones y competir en los mercados externos. En tal sentido, no es cierto que las devaluaciones de grandes dimensiones aminoren los efectos nocivos sobre la inflación y los salarios.

En realidad, el país está experimentando el colapso del modelo de cambio flexible, inflación objetivo y regla fiscal. El experimento terminó en una devaluación desbordada que da lugar a alzas de costos que no son trasladables, causa fuga de capitales y no afecta considerablemente las exportaciones. Por otra parte, las condiciones del mercado petrolero no permiten esperar cotizaciones por encima de US$40 el barril. La economía está expuesta a un círculo vicioso de déficit en cuenta corriente y devaluación que termina mal.

Frente a este panorama, el Gobierno cada día se verá más presionado a intervenir el mercado vendiendo divisas de las reservas internacionales. La medida bajaría el precio del dólar y no podría adoptarse en forma aislada. De hecho, tendría que complementarse con una política fiscal y monetaria laxa y con disposiciones cambiarias y comerciales que le den un tratamiento distinto tanto a las exportaciones industriales y agrícolas como a las importaciones.

 

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