Donald Trump contra la selva

Thomas L. Friedman
14 de octubre de 2018 - 07:30 a. m.

Cuando Donald Trump habló en las Naciones Unidas el 25 de septiembre e hizo que los diplomáticos se carcajearan de su fanfarronería, insistió en que no se reían de él, sino con él. No estuve ahí, así que no puedo decir con certeza qué estaban proyectando, pero en el fondo, estoy seguro, lloraban.

Lloraban por el hecho de que el Estados Unidos que habían llegado a conocer y respetar en los últimos 70 años —de cuya generosidad y orden para la seguridad habían llegado a depender e incluso aprovecharse en ocasiones— ya no estaba ahí.

Aquel país fue reemplazado por el Estados Unidos de Trump, que se distingue en dos cuestiones fundamentales.

En primer lugar, el Estados Unidos de Trump no se ve a sí mismo como el impulsador ni el protector del orden mundial liberal que trajo más paz, prosperidad y democracia a más rincones del planeta en los últimos 70 años que en cualquier otro momento de la historia, desafiando el orden natural de las cosas, que es el conflicto de la ley de la selva, el proteccionismo y el gobierno del más fuerte.

En segundo, el Estados Unidos de Trump no tiene miedo de ejercer el poder sin miramientos contra cualquier enemigo o amigo con tal de obtener una ventaja económica o geopolítica —sin importar qué tan grande o pequeña— y, al mismo tiempo, está presto a ignorar cualquier abuso a los derechos humanos o asesinato cometido por un país al que Trump personalmente considere un amigo o que no le resulte interesante en lo geopolítico.

Pero momento, un minuto: ¿Trump tiene razón? Las relaciones internacionales no son un club de tejido. ¿Podría ser que a EE. UU. le sirva más tener a la cabeza a un acosador mentiroso y sin ética, que logra exprimir de sus aliados y adversarios por igual hasta la última gota de aranceles, presiona a China y rechaza o desprecia a las instituciones multilaterales “globalistas”? Como Trump declaró: “Soy el presidente de Estados Unidos. No soy el presidente del mundo”. ¡Así que salgan de mi jardín, con un demonio!

Todo depende de qué tan lejos vaya Trump con esto. ¿Será una desviación amable, o una radical, del enfoque que han tenido todos los demás presidentes de Estados Unidos de la posguerra, quienes entendieron que nos convenía ser los administradores generales de un orden mundial democratizante? No lo sé todavía, pero si miran a su alrededor, mucha gente está actuando como cuando el gato se va y los ratones hacen fiesta.

¿Alguien cree, aunque sea por un segundo, que —como afirman los informes turcos— Arabia Saudita hubiera ingresado dos jets privados a Estambul la semana pasada con un equipo de ataque y, con la mayor frescura, secuestrado o asesinado al periodista moderado saudí Jamal Khashoggi, quien había ido al consulado saudita a recoger unos papeles que necesitaba para volver a casarse? No hay manera de que el régimen del príncipe heredero de Arabia Saudita Mohamed bin Salmán se hubiera atrevido a hacerlo de haber pensado que a Trump le importaría. Y, hasta ahora, no le ha importado, pero a la historia sí y la mancha en el reino de Mohamed bin Salmán será duradera.

Mientras tanto, el presidente ruso Vladimir Putin se ha sentido bastante confiado como para envenenar a exespías que vivían en Gran Bretaña, y ¿qué me dicen del periodista de investigación ruso que supuestamente saltó de una ventana? ¿O el arresto en China del director de la Organización Internacional de Policía Criminal, la Interpol, Meng Hongwei, un ciudadano chino, cuando estaba de visita en su tierra natal? Ahora ese país lo investiga por corrupción.

Además, están las protestas en la capital de Bulgaria, Sofía, por los arrestos de dos periodistas, uno búlgaro y otro rumano, que fueron “aprehendidos mientras trataban de filmar a los sujetos de su investigación quemando documentos relacionados con el uso indebido de fondos de la UE”, según Balkaninsight.com.

Y no me hagan hablar de los dos periodistas de Reuters en Birmania que acaban de ser sentenciados a siete años de prisión por “investigar el asesinato de pobladores pertenecientes a la minoría musulmana rohinyá por parte de fuerzas de seguridad y civiles”, según informó Reuters. En Egipto y Turquía, ahora los activistas “desaparecen” de manera habitual con total impunidad.

Estados Unidos no siempre puede hacer del mundo un lugar mejor, pero podemos, con lo que decimos y hacemos, brindar a los líderes extranjeros una pausa para reflexionar si han de dejarse llevar por sus instintos más oscuros, cosa que no estamos haciendo.

Así que, no, Trump no tiene razón. Robert Kagan, en su libro más reciente, incisivo y muy bien escrito, sobre el papel singular de Estados Unidos en el mundo, The Jungle Grows Back, lo expresa con claridad.

La principal hipótesis de Kagan, como explicó en una entrevista, es que si analizamos la historia de la humanidad en general, “la democracia es la forma más inusual de gobierno”. Eso se debe a que durante buena parte de la historia, las grandes potencias se enfrentaban continuamente y la mayoría de la gente seguía siendo pobre. “No obstante, durante los últimos 70 años y un poco más hemos estado viviendo en la más grande prosperidad que se haya conocido —en todo el mundo— y hemos sido testigos del auge más generalizado de la democracia y el periodo más largo de paz del que se haya sabido entre las grandes potencias”.

Los pilares clave de este orden mundial liberal, argumenta Kagan, fueron la conversión de Alemania y Japón de dictaduras beligerantes a democracias pacifistas, la construcción de un régimen de comercio mundial y su apuntalamiento mediante ciertas normas y reglas de comercio y geopolítica hechas en Estados Unidos, y reforzadas por la Marina, la Fuerza Aérea y el Ejército de este país.

“No hicimos todo esto siendo generosos en abundancia, ni porque los jefes de Estado en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial dijeran: ‘Dios, ¿cómo hacemos del mundo un lugar mejor?'”, agregó. “En realidad, fue resultado de que se preguntaran: ‘¿cómo evitamos que el mundo vuelva a caer en el tipo de guerra que acabamos de sobrevivir?'”. No se trató de un acto de beneficencia, sino de interés personal, frío y calculador. Sabían que cualquier orden que crearan remuneraría cien veces a la economía más grande del mundo.

En otras palabras, este orden mundial liberal “no es producto de la evolución humana”, ni de que los seres humanos de alguna forma hayan aprendido a ser más pacíficos entre sí, argumenta Kagan. Se desarrolló porque la nación más poderosa del planeta, Estados Unidos de América, “nació de los principios de la Ilustración” y, tras ser arrastrada a dos guerras mundiales en el siglo XX, decidió usar su poder para propagar y mantener esos principios, no siempre ni por doquier, pero sí en muchos lugares, la mayor parte de las veces.

Cuando digo “poder” no solo me refiero al poder militar. También hago referencia al poder de convocatoria. Cuando el principal órgano del clima de la ONU emite un informe —como acaba de suceder— que menciona que las condiciones meteorológicas, los niveles de nuestros océanos, nuestros sistemas agrícolas y nuestros ecosistemas van a verse afectados, mucho más de lo que la gente cree (a menos que tomemos medidas importantes ahora para mitigar el cambio climático) y el presidente de Estados Unidos lo ignora, estamos fallando en nuestra tarea de estabilizar el orden mundial liberal y estamos preparando el terreno para el caos.

“Todo jardinero entiende que las fuerzas de la naturaleza siempre están tratando de invadir su jardín con enredaderas y maleza, y se encuentra en una lucha constante para mantener la selva a raya”, comenta Kagan. Lo mismo sucede con la geopolítica. Siempre tendemos hacia el tribalismo y el autoritarismo y los conflictos entre las grandes potencias. Esa es la selva a la que siempre estamos intentando volver. Los valores estadounidenses respaldados por el poder estadounidense han sido los que lo han evitado.

Así que cuando Trump dice que solo vamos a ver por nosotros, demuestra su ignorancia tanto de la historia como de la economía. Trump está tratando de lograr “una gran fantasía estadounidense”, agregó Kagan. Y no es una fantasía que podamos ser “aislacionistas” y estar bien. Es una fantasía que podamos ser “irresponsables” y estar bien. El mundo estará bajo una amenaza mucho mayor por el restablecimiento limitado del orden, en lugar de exagerado, por parte de Estados Unidos.

“Será la primavera de los bandidos”, concluyó Kagan, y las señales de eso ahora se multiplican.

(c) The New York Times.

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