Donde más le duela

Santiago Villa
10 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Pensaría uno que nada sería más claro: un niño de cinco años fue secuestrado y una sociedad responde desde la indignación, el dolor y la rabia para exigir su liberación. Pero el episodio pronto se convirtió en un campo minado de política. Es tan mezquino el oportunismo que no se sabe a qué partido o personaje se está beneficiando al pronunciarse contra el secuestro de Cristo José Contreras.

La movilización pública en Bogotá fue un evento organizado por la Alcaldía de Enrique Peñalosa, con pancartas que desatinadamente llevaban su logo de gobierno, como si protestar por un delito de lesa humanidad fuera parte de la marca “BOGOTÁ MEJOR PARA TODOS”; la búsqueda de una respuesta institucional contra la violencia a los niños se ha vuelto un proyecto de ley del Centro Democrático o el llamado para más presencia militar en el Catatumbo, una de las regiones más militarizadas del país; el afán por expresar la frustración ante el secuestro ha llevado a señalar de infames a los periodistas o congresistas que no se rasgan las vestiduras en redes sociales o no publican columnas sobre el tema.

El perverso secuestro de un niño es ahora un espectáculo político. Tal vez porque el delito fue desde un principio político: para presionar a un alcalde que gobierna en una zona de tráfico de cocaína y gasolina. La misma lógica de la guerra que conocemos tan bien, de la que no hemos salido y quizás no saldremos en décadas. Al menos no mientras la cocaína sea ilegal y rentable, o cualesquiera de los cientos de razones que se han dado para explicar esta vorágine. Las hay para todos los gustos.

Cuesta trabajo pelar esta pátina de retórica e incluso no caer en ella. Podrá aprobarse la cadena perpetua para secuestradores de niños o inundar de soldados la región del Catatumbo, pero eso nada hará para tratar el fondo del abismo que presenciamos: la crueldad.

El director de teatro Antonin Artaud se lamentaba en 1938, un año antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial y dos antes de que a París entraran los nazis, de que el teatro había perdido su poder de conmover a las multitudes. Se había vuelto demasiado cerebral y psicológico, excesivamente burgués.

En “El teatro y la crueldad”, un ensayo en el que sugiere un nuevo teatro para conmover a un público con la acción inmediata y violenta que debe tener este arte, dice: “Convencido de que el público piensa ante todo con sus sentidos, y que es absurdo dirigirse preferentemente a su entendimiento, como hace el teatro psicológico ordinario, el Teatro de la Crueldad propone un espectáculo de masas; busca en la agitación de masas tremebundas, convulsionadas y lanzadas unas contra otras un poco de esa poesía de las fiestas y las multitudes cuando en días hoy demasiado raros el pueblo se vuelca en las calles”.

Durante esta semana me he preguntado si el periodismo, en especial en un país como Colombia, ha recogido en lugar del teatro —y sin proponérselo— ese desafío que lanzó Artaud. Un periodismo de la crueldad que se contrapone a una televisión de la comedia, digamos. Y es precisamente porque tiene espectadores que los políticos tan fácilmente desempeñan sus papeles. La política es la actividad moderna más cercana a la corporeidad del teatro. El debate parlamentario es el nuevo diálogo. El discurso es el nuevo monólogo. Pocos van ya al teatro y sus emociones han sido cooptadas por un espectáculo político del que pueden incluso apropiarse en redes o en columnas como ésta. El cubrimiento mediático desde las diversas plataformas de comunicación suple ese teatro de la crueldad con que soñaba Artaud: “Por una parte, el caudal y la extensión de un espectáculo dirigido al organismo entero; por otra, una movilización intensiva de objetos, gestos, signos, utilizados en un nuevo sentido”.

Por eso nos cuesta ya distinguir entre el hecho y su representación política y mediática. Pero en este sentido lo que digo quizás no es nuevo.

Entretanto, Cristo José, sus familiares, sus amigos, sobrellevan una herida que sus captores tenían bien calculada, pues según el reportaje de LaSillaVacía, habrían ejecutado el secuestro para golpear al alcalde de El Carmen “donde más le duela”.

Nos duele también a quienes simpatizamos con el sufrimiento de Cristo José, de sus padres y de los suyos. Uno mi voz a un coro que exige la liberación de Cristo José.

Twitter: @santiagovillach

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