Entre copas y entre mesas

Dos cafés del postconflicto

Hugo Sabogal
30 de abril de 2017 - 03:12 a. m.

Si hay un producto agrícola atrapado en la mitad el conflicto armado colombiano, ese producto se llama el café. 

Se calcula que más de 111 mil cultivadores han sufrido de manera directa las consecuencias del fuego cruzado, y muchos de ellos han perdido sus vidas sin saber por qué. 

Cientos tuvieron que abandonar sus parcelas y huir a municipios y ciudades cercanas, entrando, sin remedio, en la destructora máquina de la marginalidad urbana.

Igual de difíciles han resultado las vidas de cientos de familias que optaron por quedarse en sus humildes viviendas, sin más esperanza que sobrevivir al constante acecho de una guerra absurda.

Por otro lado, miles de hectáreas, idóneas para potenciar las bondades del café colombiano, quedaron abandonadas, reduciendo así la posibilidad de ingresos honestos y de empleo.

En esos territorios sin ley ni Dios también murieron y cayeron heridos cientos de soldados que lucharon por defender la institucionalidad del Estado y las vidas de una población indefensa e inerme.

Por eso no sorprende que el café y sus gestores hayan celebrado con expresiones de júbilo y gratitud el anunciado y anhelado fin de las confrontaciones, pese a la descorazonadora oposición de los políticos guerreristas.

Un caso fue el reciente lanzamiento del café Latir de Corazones, edición especial de 2.000 unidades puestas a la venta en 50 tiendas Juan Valdez en Colombia. Para Roberto Vélez, gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros, es una muestra de agradecimiento de las 500 mil familias cafeteras a los soldados que cayeron en combate o resultaron heridos en zonas cafeteras. “Son nuestros héroes caficultores quienes más necesitan de los héroes de las fuerzas armadas para poder trabajar tranquilamente en sus cultivos”, dijo Vélez durante el lanzamiento.

Hernán Méndez, presidente de Procafecol (empresa encargada del desarrollo de las tiendas Juan Valdez), añadió que gracias al sacrificio de los soldados, la mayoría de los cultivadores colombianos pudieron seguir cosechando.

Con los recursos obtenidos de la venta de Latir de Corazones –café proveniente de Toledo, Santander–, decenas de soldados heridos podrán recibir becas de estudio, en un programa coordinado por la Corporación Matamoros. 

Ahora bien: nuestra contribución como consumidores es sencilla: salir a comprarlo y disfrutarlo, a sabiendas de que se trata de una causa justa. Ahora, si me lo permiten, yo diría que consumir nuestros excelentes cafés es una causa más que justa, pues de su cultivo y producción depende la estabilidad económica de más de medio millón de familias colombianas.

Otro café del posconflicto, lanzado recientemente, es Aurora de Paz, edición limitada de cápsulas de Nespresso.

Los granos provienen de una interesante zona de Caquetá, donde era imposible ingresar por la presencia de los grupos armados. Los cafetales se encuentran en un punto de confluencia de vientos cálidos del Amazonas y vientos fríos de la cordillera oriental, lo que da origen a un microclima único e interesante. De allí se obtienen cafés expresivos e intensos.

Para Nespresso, Aurora de Paz es un tributo a los cultivadores de Caquetá, quienes tuvieron que abandonar sus cultivos por culpa de la guerra. Con el producto de la venta de este café Nespresso busca ayudarles a los cultivadores caqueteños a reconstruir sus cafetales y sus comunidades.

Bueno saber que nuestros cafés pueden producir más que buenos placeres.

 

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