A dos metros del semejante

Lorenzo Madrigal
06 de abril de 2020 - 03:00 p. m.

El hombre en sociedad no parecería concebido para esta época, si nos atenemos a las muy apremiantes recomendaciones que se nos están dando. No se puede entender cómo se viva en familia a dos metros cada cual de sus queridos parientes, supuestamente cercanos, ni mucho menos cómo se manejen las relaciones afectuosas (para decirlo de manera muy pálida), cuando los acercamientos en este caso suelen ser a centímetros bajo cero.

Exageramos, sin duda exageramos. Somos, ya lo sabemos, un reservorio de bacterias y muchas veces se ha dicho que el llamado “beso francés” es tan humano como contaminante, pero el mundo está hecho así, de modo que nos morimos por culpa de nosotros mismos. Tanto se espera de los besos, “los furtivos besos” de los poetas, que el muy inspirado Miguel Hernández, de la dolorosa España, describe desde la cárcel los dientecillos de su heredero que empieza a vivir, y dice de ellos: “Frontera de los besos serán mañana”.

Nos preguntamos todos cuánto va a durar tanta prescripción y qué seguirá después de que pase la ola. Porque tiene que pasar y volveremos a ser manada, cuando no estampida, como otros seres vivos muy semejantes y sintientes, como ahora dicen. El aislamiento se deja para algunos que quieren desentenderse del común, a lo mejor por desengaños de la vida.

Hay en casa un gatito que no baja del tejado, permanece en aislamiento, pero bajó cuando enterramos a Tarsicio, su bienamado compañero de juego, el singular gatico “Tarsi”, de todos mis pesares. Y no digo que Viernes, el del tejado, bajara al entierro, no, desde la altura más próxima gimió como nunca antes lo había hecho, mirando fijamente al hueco en que depositamos los restos de quien fuera su par de raza, su semejante. Entendía la pérdida del amigo, la necesidad de su cercanía y sobre todo –para mi estremecimiento– practicaba un duelo casi humano.

Quienes creen que las cosas van a cambiar después de este espasmo planetario piensan que seremos más unidos, lo cual no va a darse tan fácilmente, si el Estado no regula esas nuevas relaciones con ajustes democráticos, limitaciones de capital, proyectos muy concretos de seguridad pública. Un Estado social, sí, pero sin ideologías, sin cárceles políticas ni dictaduras comunistas, sin imágenes del Che o de Tirofijo en los cuarteles de la guerrilla, sin guerrilla; con perdón y olvido, con punto final (que no revierta como en Argentina, luego de haberlo pactado), sin falsas justicias como la JEP del tiempo de Santos (que se va alejando en el recuerdo). Con la alegría de abrazarnos a centímetros de distancia, cuando la escondida vacuna haya llegado al conocimiento científico y a su distribución. Esto es soñar sobre un papel, pero, ay, la condición humana. Mucho me temo que volveremos a ser lo mismo de injustos, pasionales y egoístas.

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