Dos Premio Alfaguara, un cucurucho y mucho café

Claudia Morales
31 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

El 3 de octubre de 2019, durante la Feria del Libro en la ciudad de Pereira, Eduardo Sacheri, escritor e historiador argentino, me preguntó dónde podía comprar buen café. Su esposa le había entregado una maleta que debía llevarle repleta con libras del mejor grano colombiano.

Lo invité a caminar al centro de la capital risaraldense con la seguridad de que en sus calles encontraríamos con qué llenar esa expectativa. Con nosotros estaba, en el momento de esa conversación, Guillermo Arriaga, escritor y director de cine mexicano, quien se entusiasmó con la idea (a pesar de que solo toma café descafeinado) y nos acompañó. Al plan se sumó Giovanni Gómez, creador del encuentro de poesía Luna de Locos y coordinador de la agenda de la Feria.

Nos tomamos fotos en la Plaza de Bolívar, al lado de la escultura del maestro Rodrigo Arenas, y a Guillermo lo invité a comer un cucurucho de “Lucerna”, del cual todos terminaron chupando como niños. No participé en ese intercambio de fluidos helados porque prefiero los conos de Mimos.

Eduardo fue Premio Alfaguara en 2016 por su novela “La noche de la Usina”, y Guillermo lo recibió el pasado 24 de enero por su novela “Salvar el fuego”, que llegará a las librerías en marzo. Relato la anécdota del café y del cucurucho porque quiero dejarles, queridos lectores, testimonio de dos hombres increíblemente sensibles que saben emocionarse con las cosas más sencillas de la vida (y también las más complejas), esas mismas que luego leemos en sus historias.

Dos grandes creadores de literatura en nuestro idioma, que son parte de nosotros sin importar qué fronteras y acentos nos separan. Juan Villoro, escritor mexicano y presidente del jurado que eligió unánimemente la novela de Arriaga, afirmó que el premio “es el intento de encender una ventana para que alguien se asome a ella y vuelva a interesarse en la literatura”. Me gustan estos reconocimientos porque llevan una obra a una especie de caja de resonancia para amplificar su lectura, y porque la traducción a varios idiomas conduce a algo mágico que es la unión de los mundos separados por los océanos.

Para esta columna, le pregunté a Sacheri qué significó ganar el Alfaguara, y me dijo: “para mí fue importante por un doble motivo: porque es un premio prestigioso por la limpieza con la que se maneja la selección, y por los méritos de las obras que son premiadas. Poder instalar un libro propio en ese escalón me resultó, antes de ganarlo, una meta, y ganarlo fue una satisfacción”. Me contó que, gracias al premio, conoció y leyó a varios autores colombianos que también lo ganaron: Laura Restrepo y su novela “Delirio”, Juan Gabriel Vásquez y “El ruido de las cosas al caer”, y Jorge Franco y “El mundo de afuera”.

Guillermo, todavía con las emociones vivas, me contestó desde el desierto que el Alfaguara “es de los premios más legales. El jurado no sabía que era yo (presentó su novela con el seudónimo Isabella Montini). Es un premio que quiere vincular la calidad literaria por encima de las ventas, es el más prestigioso que hay en lengua española y el que más repercute”.

Defenderé hasta la muerte la idea de que la literatura, y las artes, todas, nos transforman, nos acarician, nos forman y nos hacen creer que vivir tiene sentido. Nos descubren hombres y mujeres extraordinarios que interpretan las sociedades e, incluso, se anticipan a algunas realidades. Y nos acercan a escritores que saben gozar un buen un café y un cucurucho. Quién quita que, por ahí, en esa sinergia entre escritor, libro y lector, aparezcan referenciados una bebida y un helado colombiano.

@ClaMoralesM

* Periodista. 

 

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