Dos visiones de la paz

Lorenzo Madrigal
02 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

A la derecha se le ha tenido por obstinada, terca y dura. Y como que pertenecieran a esa corriente de la política y del pensamiento las peores dictaduras (Hitler, Franco, Stroessner, Pinochet). Hay benevolencia, en cambio, para los excesos autoritarios que han emanado de la izquierda política (Stalin, Mao, Castro, Chávez). Y es así como se ha repartido la historia entre buenos y malos.

La polarización en Colombia, que no la disipa el fútbol, está inscrita en ese gran resumen. A la izquierda todo se le perdona, a la derecha siempre se la califica de extrema y se le achaca cuanta tropelía es imaginable. Y la verdad es que la izquierda es aireada y permisiva, y por eso hace fáciles mayorías con personas amigas del pensamiento libre, de la libertad (¿quién no?) y no tan apegadas al orden, salvo que sus gobiernos lo impongan convertidos en dictaduras.

Pero resulta que los Estados necesitan del orden, no del absolutismo, y la vida humana de la templanza, no del oscurantismo. Y eso es aburrido para todos. Qué pereza pagar impuestos, eludamos; aunque nacimos en una determinada fe, qué hartera cumplir preceptos y ritos, no tengamos tiempo para ello. Asombra ver en sencillas aldeas a padres jóvenes que conducen con amor a sus hijos a los servicios religiosos y cómo estos empiezan a respetarlos con esa necesidad humana de abrigar una esperanza superior a la vida que en ellos resplandece.

Los hay, sin duda, a quienes inspira el orden, la simetría y las familias armoniosas, sin que defiendan esa postura con leones rampantes o estandartes de cruzada, pero así mismo la izquierda y sus voceros azotan al resto de población que discrepa o que vota mansamente en su contra, si de elecciones se trata.

Entre el sector zurdo, por así llamarlo, la intolerancia se da tanto o más que en la derecha más extrema. Por lo demás siempre gana, salvo en contadas excepciones —como se dio en Colombia el pasado 17 de junio—, y pasa a la historia de la mano de escritores de izquierda. Un raro historiógrafo de derecha, Alberto Dangond Uribe, emprendió una rectificación de tantos odios sobre la vida y obra de Laureano Gómez. No sé en qué momento quedó interrumpida.

Al nuevo presidente hay que dejarlo ser, dejarlo llegar. Su triunfo recogió a una gran masa de votantes de centro. Tiene derecho a ensayar una alternativa de poder. El gobierno izquierdista de Enrique Santos (bueno, de Juan Manuel) tuvo la suya. Y así mismo construyó una relativa paz de ese tenor. Tuvo el reconocimiento de la Europa liberal que presionó y premió los acuerdos. Los que ahora llegan al poder bien pueden, por vías legales, modificarlos, sobre todo si su campaña estuvo basada en ello para no permitir el abuso de un gobierno que no sólo se tomó un período adicional, sino tres más consecutivos que cree haber atado constitucionalmente a sus designios.

 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar