Duque: gobernar para Colombia

Luis Carvajal Basto
19 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

Su victoria, en un escenario de polarización, le impone el enorme reto de promover la unidad de los colombianos. Teniendo tanto por resolver, el rumbo del acuerdo con las Farc, “sin hacerlo trizas”, se convierte en el primer objetivo de su gobierno. El segundo, superar un espíritu de revancha, tan presente como perjudicial en la política reciente.

La reducción en la participación, en relación con la primera vuelta, no es atípica: así ocurrió en 1998 y 2010. El fútbol hizo su parte.

Si los resultados en la costa Caribe pueden ser explicados, además de la polarización, por el regionalismo y la presencia de un candidato costeño, lo ocurrido en Bogotá se relaciona, claramente, con el arrastre del fenómeno Mockus y la postura pasiva de Fajardo, más preocupado por el eventual futuro que por el rumbo del país en el presente. Su llamado al voto en blanco, como era de esperar, fracasó. Finalmente, su silencio ayudó a Petro. “Quien calla otorga”: Mockus y Claudia López otorgaron por él, sin consecuencias ante el resultado general de la elección.

La victoria de Duque, y de su principal elector, el expresidente Álvaro Uribe, puede explicarse por el retorno de una polarización que tomó vuelo desde las consultas, por el desgaste natural del gobierno Santos luego de ocho años, por el fracaso de su candidato Germán Vargas, y, finalmente, por la manera como se desdibujó Petro, quien terminó convertido por necesidad en el candidato de Santos, tratando de complacer el carácter variopinto de sus posibles electores.

Pero sería difícil comprender los resultados sin tener en cuenta la vigencia de las llamadas maquinarias, o la política real, que muchos siguen declarando en proceso de extinción: fueron decisivas en las dos elecciones de Santos y lo fueron ahora en la de Duque a quien, mayoritariamente, respaldaron. El análisis objetivo de este hecho poco tiene que ver con los deseos o la opinión de cada quien.

Los colombianos prefirieron un mensaje de estabilidad institucional, representado por Duque, a un inconsistente Petro que, con una marcada estrategia antiestablecimiento, apeló a casi todo para ganar. Las mayorías interpretaron que se trataba de un salto al vacío y, en el fondo y en el subconsciente, jugaron en su contra la mala experiencia venezolana, de la que se trató de desmarcar, y la ineludible sombra del populismo.

La dinámica política y electoral observada deja hechos que deben ser considerados en la perspectiva de una indispensable reforma: la manera como se utilizan, a veces ilegalmente, las redes y la necesidad de consolidar unos partidos hoy difuminados pero indispensables para la democracia. Los movimientos emergentes son una realidad, pero no un modelo institucional de acción política; el ejemplo de lo ocurrido con la coalición de Fajardo, fracturada en la práctica por la decisión de Mockus y Claudia López, solo confirma la necesidad urgente de promover partidos sólidos

Las perspectivas del nuevo gobierno pasan por la conformación de una nueva coalición. La gobernabilidad en el Congreso no será para Duque un ejercicio complicado. Puede decirse que se encuentra ya funcionando con el liderazgo del Centro Democrático y el apoyo del oficialismo liberal-conservador. Su primer acto fue la misma elección presidencial.

Pero Duque deberá considerar, para solidificar su gobernabilidad en la ciudadanía y su éxito como gobernante, la creciente sanción electoral a la corrupción asociada a la política. Esto debe expresarse en el equipo de gobierno, una prueba de su talante: sería difícil explicar que hagan parte de él los viudos, recientes y no tanto, del poder. Quienes lo hicieron en los últimos cuatro gobiernos conduciendo la política a la situación, prácticamente sub judice, en que se encuentra ante los ojos de los colombianos y también en los estrados judiciales. Ya Duque no es candidato de nadie en particular. Ahora es el presidente de todos los colombianos.

@herejesyluis

 

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