Duque: la gran apuesta o la gran frustración

Juan Manuel Ospina
15 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

Con Iván Duque, Colombia va saliendo del ambiente de gallera en que estuvo sumida los últimos 16 años, durante los cuales se deterioró gravemente la discusión pública al imponerse, de lado y lado de nuestro empobrecido espectro político, el insulto y la tergiversación de la verdad en medio de falaces declaraciones altisonantes, que sustituyeron el planteamiento claro y radical pero respetuoso, que no significa ni unanimismo mentiroso ni medias tintas, babosadas como se dice.

Es un logro del presidente marcar sin conflicto, muy en el espíritu y el modo turbayista, que es el suyo, unas diferencias significativas con su mentor y hasta ahora jefe político, Álvaro Uribe, con lo que dejó sin argumentos a sus opositores, mayoritariamente antiuribistas viscerales. Ese cambio hasta ahora ha tenido su lado negativo, y es la percepción de un presidente que no lidera en el sentido de apersonarse de los temas críticos como son la economía y la reforma tributaria, la desfinanciación de la universidad pública, el compromiso anticorrupción.

Aún hoy, los colombianos no tienen claro cuál es la bandera, el propósito central de su compromiso, expresado en conceptos abstractos que poco le dicen al ciudadano impidiéndole caracterizar al nuevo Gobierno: legalidad, emprendimiento, equidad. La situación se complica porque abandonó el punto central de sus discursos, tanto el del triunfo como el de la posesión, convocar a un pacto por Colombia que tuvo su primera, promisoria y hasta ahora única expresión en la reunión que convocó de las diferentes fuerzas políticas presentes en el Congreso para abordar, como un proyecto nacional, el tema candente de la corrupción; pasada la reunión, el presidente se desentendió del tema y este quedó en manos de la ministra del Interior y del presidente del Senado, un dúo que poco o nada le ayuda al presidente para enfrentar un Congreso que no cree en él y ante el cual, a falta de mermelada para comprometerlo, no queda sino el liderazgo presidencial para convocarlo y movilizarlo y eso no está sucediendo.

Lo anterior es patente en el debate económico, en el cual Duque ha sido el gran ausente, dejándole el escenario al cuestionado ministro de Hacienda. No hizo una necesaria y estratégica presentación de fondo sobre la economía: lo que recibió y lo que va a hacer, quedando la impresión de que al Gobierno solo le interesa recaudar más impuestos a costa del contribuyente de ingresos medios y bajos. Ese silencio presidencial ha generado en el grueso de la ciudadanía desconfianza e incredulidad pues considera que el Gobierno va a hacer lo de siempre: arreglar sus finanzas a costa del bolsillo del ciudadano. El ministro Carrasquilla, por sus antecedentes, por sus planteamientos y su estilo de un insoportable autoritarismo tecnocrático, debilita la imagen y la autoridad presidencial en un tema sensible como pocos.

Vale anotar que dado que la movilización estudiantil es por causas de desfinanciamiento, el análisis anterior le es aplicable; en su manejo el presidente además ha cometido dos graves errores políticos: no hacer una presentación de fondo de lo que recibió y de lo que va a hacer en ese campo, entre otras, la decisión de terminar el engendro santista de Ser Pilo Paga, y no recibir a una delegación de estudiantes para explicarles de viva voz la situación. Un asunto mal manejado por falta de comunicación y de sentido de la oportunidad y eso en política tiene un costo.

Hay expectativa de cómo va a enfrentar la aplicación de los acuerdos habaneros conforme con su compromiso de hacer factible su realización progresiva gracias a los ajustes que se harían a partir de enero, respecto de su ejecución. El manejo de la tragedia venezolana en lo que respecta a Colombia ha sido claro y propositivo; es sin duda uno de sus principales logros en estos primeros meses de su gobierno.

Duque, sin pelear con su principal aliado, no ha resultado ser la marioneta que muchos auguraban; logro que sin embargo lo obliga a consolidar su liderazgo político al tiempo que gobierna. Tarea difícil, pero no imposible. De no lograrlo en los próximos meses, caerá en lo de siempre, comprar apoyos parlamentarios, que no lealtades, a punta de mermelada. Está ante un desafío político de marca mayor; de lograrlo ayudaría a que la política y su ejercicio empiecen a salir del lodazal en que están hoy sumidos.

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