Duque, o el baile del cangrejo

Santiago Gamboa
07 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Hay algo profundamente errado en este país. Escuchar el audio de la amenaza a la profesora Dayanira y ver, incrédulo, la terrorífica cuenta de líderes sociales ejecutados, uno tras otro; leer las amenazas de muerte a los representantes de la Colombia Humana en diferentes regiones, y todo sin que pase nada. Asistir a la reactivación e increíble remontada del paramilitarismo, que empezó a notarse tras la desmovilización de las Farc, subió de forma asombrosa con la campaña electoral y, tras la victoria del uribismo, se desencadenó, se desató, como si presintiera que con el nuevo gobierno su espacio vital va a poder ensancharse naturalmente y que ahora, como dice la voz telefónica que amenaza a Dayanira, “podremos matar al que se nos dé la gana”. El presidente Santos, que luchó por cambiar este país, tiene las manos atadas, o mejor aún, no tiene manos, sus dedos son de porcelana o algodón. Sólo le queda esperar a que se termine este mes para dejar el poder, pero en lo esencial ya no está ahí. De algún modo, el sillón presidencial está vacío. Y Duque, que aún no llega a calzarlo, no parece mayormente preocupado por lo que pasa, por ese goteo de muertos en pueblos y regiones. Si alguien le pone un micrófono y le pregunta por los crímenes de líderes sociales, pues él los condena, claro, qué va a hacer, tampoco puede decir que no le importan, pero si nadie le pregunta no dice nada, y su silencio es tan aterrador como las imágenes de los cadáveres, porque encarna el desinterés por ese dolor humano. Si nadie se lo pregunta, él se concentra en las cosas que sí le importan, como la costilla rota del senador Uribe.

Duque aún no se ha posesionado, pero ya lo que Santos había logrado desenredar en materia de paz, vuelve a enredarse con rapidez. Como si la realidad colombiana fuera un mecanismo retráctil. Y así, amenaza con regresar el viejo país de la violencia, las amenazas y la muerte. En un libro muy exitoso, el escritor Enrique Serrano describe y anuncia todo esto en un capítulo que (cito de memoria) se titula “Quienes deben irse y quienes pueden quedarse”, en el que viene a decir lo que hoy estamos viendo: que Colombia es un país tradicionalista, alérgico a los cambios, y quien no comprenda esto, dice Serrano, “está cordialmente invitado a que se largue”. Esa es la verdad: muchos colombianos, entre los que me encuentro, que creímos en un cambio propiciado por el proceso de paz, la ley de restitución de tierras y la ley de víctimas, y que tras las elecciones perdimos una idea de país, estamos al parecer cordialmente “invitados a largarnos”, como dice Serrano, pues ahora de lo que se trata es de avanzar en sentido contrario al de la historia. Y ya lo demás viene por añadidura, como si cada cual supiera el rol que debe jugar: el CNE pretendiendo suspender la elección de Mockus, el político más decente, mientras que los compradores de votos del CD siguen ahí. O la SIC embargando el sueldo a Petro. Es lo que veremos. Como el árbitro de Colombia vs Inglaterra, que pitaba el foul inglés a favor de los ingleses. Así será ahora, sospecho, pero con la realidad política y social. El baile del cangrejo, siempre un pasito atrás. Para que nuestro hermoso país no cambie y siga siendo el mismo.

 

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