A duras penas la vida

Gustavo Páez Escobar
30 de septiembre de 2017 - 02:00 a. m.

Con el título de esta columna fue bautizado el libro de cuentos del escritor quindiano Eduardo Arias Suárez que ha puesto en circulación Sello Editorial Red Alma Mater, con sede en Pereira, empresa que tiene como objetivo fortalecer e integrar las universidades públicas del Eje Cafetero, dentro del propósito de preservar y difundir el patrimonio cultural de las regiones.

En la colección Clásicos Regionales se han reeditado valiosas obras que deben llegar a las nuevas generaciones como tributo a los autores y motivo para recuperar la memoria histórica, social y cultural que ha quedado olvidada bajo el correr de los años. Ojalá este organismo contemple la reedición de la obra Jornadas, de Luis Yagarí, publicada en Manizales en 1974, y que contiene las famosas crónicas de este columnista estrella de La Patria, periódico al que estuvo vinculado por más de 50 años.  

Los 38 cuentos de Arias Suárez que conforman el libro que aquí se comenta fueron escogidos por Carlos Alberto Castrillón, profesor de la Universidad del Quindío, quien elabora un detenido estudio sobre la producción del autor durante cerca de 30 años, a partir de 1921. Su muerte ocurrió en Cali en 1958.    

Se calcula que Arias Suárez escribió alrededor de 150 cuentos. Entre estos se hallan dos de antología, publicados en 1927: Guardián y yo y La vaca sarda. En el libro actual, A duras penas la vida (nombre sacado de uno de sus cuentos, y muy representativo de la dura existencia del escritor), se recogen textos de toda su labor cuentística: “Cuentos espirituales” (1928), “Envejecer y cuentos de selección” (1944) y Cuentos heteróclitos (1957), lo mismo que muchos otros que vieron la luz en diversos periódicos y revistas.

Este último libro fue publicado por la Biblioteca de Autores Quindianos en 2016, lo que indica que permaneció 59 años esperando edición. Esta es la cara amarga del oficio de escribir. El Quindío está de plácemes por volver sobre las huellas de su hijo epónimo, que marcó toda una época como excelente cuentista nacional y el narrador más destacado del antiguo Caldas. 

A través de sus relatos pintaba su propia realidad humana y recreaba la vida de los seres humildes que circulaban a su lado. Era un agudo buceador de almas. Con las dotes literarias del humor, la ironía, la amenidad, el realismo y la fantasía, y otras veces del absurdo, el delirio y la locura, creaba personajes del común y escenas alucinantes.

La cotidianidad era el escenario de sus enfoques, y en medio de su ámbito de desvarío, de soledad, de evocación y ensueño surgían criaturas agobiadas por las cargas de la existencia y desubicadas en su propio entorno. Ese era su clima espiritual. Hay escenas circuidas de miedos, de horror, de fantasmas, de ecos de ultratumba, que denotan el mundo atormentado que caminaba con él. En varias de sus narraciones abusa del “yo”, como una expresión de sus propias desventuras y su angustiada existencia. Este es un signo sicológico, de alto significado en su narrativa.

Otros factores destacables de su ejercicio literario son la emotividad, la ternura, la introspección. Era un ser introvertido y pensante. Así, imprimió a sus personajes la fuerza interior que poseen. Sin tales atributos no hubiera podido llegar a nuestros días.  

escritor@gustavopaezescobar.com

 

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