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La huella ecológica

LAS IDEAS  DE LOS AMBIENTALISTAS suelen ser consideradas, de manera injusta,  tremendistas y apocalípticas.

El Espectador
13 de junio de 2010 - 09:30 p. m.

Algunas personas las toman en serio, es cierto. Es más, uno que otro valiente activista les dedica la vida entera. Pero son más los que, con comodidad, prefieren ridiculizarlas. Es lo que puede ocurrir con los datos que nos provee la huella ecológica, una forma bastante sencilla de apreciar y evaluar las necesidades de recursos naturales y de servicios ambientales que tienen los países.

La huella ecológica es un indicador ambiental que mide el impacto de una cierta comunidad humana sobre su entorno. Equivale a la superficie requerida para producir los recursos que consumimos, en la tierra como en el mar, y para absorber los residuos generados. Los cálculos más recientes estiman que la huella global excede en casi 30% la capacidad del planeta para regenerarse. De continuar con el frenético ritmo actual de consumo, para 2030 vamos a necesitar el equivalente a dos planetas para continuar con nuestros estilos de vida.

Evidentemente no todos los países tienen el mismo peso sobre la huella ecológica global. Con muy pocas excepciones, los países industrializados gastan más de lo que tienen. Presentan un déficit ecológico. Se cree, además, que los países desarrollados que alojan el 20% de la población mundial disponen del 80% de los recursos naturales. Otros países, como Colombia, tienen por el contrario un área ecológica de reserva. Y, sin embargo, se incurre, a diario, en todo tipo de excesos.

Suele pensarse, de manera por demás errónea, que la naturaleza es inagotable y que su capacidad de restauración es ilimitada. Por lo mismo, es difícil establecer con claridad cuál es el verdadero efecto de nuestros estilos de vida sobre el medio ambiente. Y más complicado aún resulta intentar modificarlos, ya que a nadie le apetece que le cuestionen sus costumbres. Aquel que insiste se expone a que lo tilden, en el mejor de los casos, de fundamentalista. Pero es bastante obvio que algunas formas de relacionarnos con la naturaleza, en su mayoría preconizadas por la cultura occidental, no son nada amigables con el planeta.

Con ello en mente, El Espectador imprime desde hace un tiempo con tintas ecológicas fabricadas con aceites derivados de la soya y participa, junto con Canal Caracol, el Ministerio de Medio Ambiente y la organización mundial de la conservación World Wide Fund For Nature, en una gran campaña nacional que tiene por objetivo expandir prácticas de consumo responsable y sostenible.

Es claro que no todas las soluciones son igual de sencillas. Algo va de la pedagogía en reciclaje y el uso racional de la electricidad, al complicado dilema del transporte en una ciudad que como Bogotá no siempre ofrece alternativas al uso del vehículo privado. Pero el sentido de la propuesta es básicamente el mismo. No basta con ahorrar agua, subirse a la bicicleta, imprimir por los dos lados del papel, suprimir viajes innecesarios en avión, optar por envases reutilizables o limitar el tiempo en la ducha. Es preciso, en cambio, intentar un modelo diferente de vida. La naturaleza y la humanidad, no obstante el paradigma que nos fue inculcado, no son entidades independientes.

Estamos, pues, ante una seria y acelerada demanda ecológica. Consumimos, aunque con diferencias entre países, regiones y ciudades, recursos naturales más rápido de lo que tarda la Tierra en regenerarlos. Las consecuencias son por todos conocidas. El calentamiento global, para nombrar una, hace un buen tiempo que dejó de ser el guión de una tediosa película de ciencia ficción.

Por El Espectador

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