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La Zona Rosa: lugar para el caos

MIENTRAS LA ADMINISTRAción distrital y la oposición discuten la validez de las cifras sobre inseguridad en la capital, la muerte de un joven universitario en la noche del 30 de diciembre en el concurrido sector de la calle 85 con carrera 15, quien no fue atendido de urgencia en el centro asistencial más cercano con la prontitud que se requería, ha puesto el dedo en la llaga sobre un dilema sin solución en una zona de alta concentración pública.

El Espectador
02 de enero de 2009 - 10:00 p. m.

Se trata del deterioro que se viene advirtiendo en un escenario urbano al que cada noche concurren centenares de personas, en una cifra que se multiplica significativamente durante los fines de semana: la popular Zona Rosa de Bogotá, hoy epicentro de una peligrosa diversidad de actividades informales que día a día desplazan el sano esparcimiento al que están destinados los establecimientos legales asentados en este entorno de rumba. Es cierto que se han ensayado todo tipo de políticas para controlar los desmanes, pero el saldo deja advertir un rotundo fracaso.

Para nadie es un secreto que en la Zona Rosa, como en otros sectores similares en Bogotá, abundan los expendios de droga y, ante la mirada atónita de transeúntes y residentes en el sector, cada noche se advierte un desenfrenado consumo de licor al aire libre y sin restricción alguna. Pero este es apenas uno de los detonantes de la crisis. Los prostíbulos, aparentemente regulados, se están reproduciendo con premura y, bajo el nombre de whiskerías y demás actividades aceptadas por el Plan de Ordenamiento Territorial, hacen que el entorno rompa con su vocación residencial o incluso comercial para adoptar un destino adverso.

Como si fuera poco, muchos establecimientos del sector, en procura de atraer clientes a sus lugares, en sus ofertas musicales no sólo violan flagrantemente los topes de intensidad auditiva autorizados, sino que crean un contexto de desorden ciudadano que indirectamente se convierte en aliciente para otros problemas. Como el acecho de la delincuencia, presta a hacer de las suyas, o la proliferación de vendedores ambulantes que de alguna manera amparados por la Secretaría de Integración Social, en medio del panorama de anarquía absoluta, también se burlan a sus anchas de las políticas de recuperación del espacio público.

En otras palabras, la noche en la Zona Rosa de Bogotá representa hoy un escenario de contaminación auditiva, invasión del espacio público, violación de las normas del uso del suelo, aumento de la prostitución y expendio libre de alcohol y droga. La mayoría de estas situaciones no representan por sí mismas actividades criminales, pero no cabe duda de que están generando un enorme impacto en los índices de seguridad en la ciudad. Tras la arbitrariedad se mimetizan los perpetradores del llamado “paseo millonario” o los asaltantes dispuestos a matar para sostener su ilegal procedimiento de hurtos continuados. Las estadísticas de heridos y muertos y los testimonios de quienes han sido víctimas, dan fe de la peligrosidad del área.

A pesar de que el Consejo de Estado les puso límites a los sitios nocturnos en la zona y obligó a la Alcaldía a hacer respetar los usos del suelo en el sector residencial que va de la calle 79 a la 81, entre carreras 9 y 14, en la práctica la Zona Rosa es un lugar donde la tolerancia extrema está generando el caos. El asesinato de un joven universitario, nuevamente es un toque de alerta. Pero la responsabilidad es de todos. De las autoridades administrativas y de Policía, de los propietarios de los establecimientos comerciales y hasta de los asiduos visitantes del sector. Todos deben saber que el destino predilecto de muchos jóvenes o turistas no puede convertirse en un riesgo ciudadano.

Por El Espectador

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