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Ascendiendo del infierno

La llamada Lista Clinton se estrenó con el nombre de cuatro colombianos: José Santacruz Londoño, alias Chepe Santacruz; Hélmer Herrera Buitrago, alias Pacho Herrera; Gilberto Rodríguez Orejuela, alias El Ajedrecista, y Miguel Rodríguez Orejuela, alias El Señor.

El Espectador
05 de abril de 2013 - 11:00 p. m.

En esa lista negra del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, cuyo pretendido efecto es poner en evidencia y aniquilar económicamente a quien haga negocios con el narcotráfico, fue escrito el nombre del América de Cali, uno de los grandes del fútbol colombiano.

Miguel Rodríguez Orejuela era su dueño y señor. Tal y como lo confesó su sobrino en el libro El hijo del ajedrecista, el América era el juguete de su tío Miguel. Todo, además, en medio de los bombos y platillos con los que el país le hacía venia al narcotráfico por aquellos tiempos.

Trece veces campeón en el torneo interno y finalista en cuatro ocasiones de la Copa Libertadores de América, el equipo tuvo entre sus jugadores a futbolistas de talla mundial como Ricardo Gareca o Roberto Cabañas, y a los mejores colombianos, de Willington Ortiz a Freddy Rincón. Empero, luego de tocar el cielo en su gloria, se estrelló con la realidad del origen oscuro de los dineros que hacían posible ese milagro, que manchó y sigue manchando el fútbol colombiano.

Y desde entonces empezó el tránsito lento hacia el infierno: la deshonra, las deudas, los patrocinios inexistentes, los pagos atrasados y, tal vez lo más simbólico para su hinchada, su descenso a la segunda división el año pasado, donde aún paga en silencio, esperando salir.

Intentos por recuperar el club desde su inclusión en la Lista Clinton hubo muchos. Pero todos fallaron, incluso algunos porque durante un tiempo el poder de los Rodríguez continuaba escondido en la sombra. Era imposible. El América pagó sus épocas de gloria, venidas todas de la mano del narcotráfico, con la deshonra de deteriorarse año tras año.

Ese cáncer que es el tráfico ilegal de drogas —y que tocó a muchos equipos grandes, como Millonarios, Nacional, Medellín, Pereira o Santa Fe— hizo metástasis en el club de los “diablos rojos”. Lo volvió el ejemplo perfecto de lo que estaba podrido en esta sociedad. Diecisiete años de traumatismos tuvieron que vivir hasta esta semana, fecha en la que el presidente del club, Oreste Sangiovanni, confirmó la exclusión del equipo de la deshonrosa lista negra. Esto, qué duda cabe, trae un respiro al fútbol colombiano. A la hinchada, sobre todo, que aún sueña con que su club renazca de las cenizas y vuelva a transitar —por otra senda— en las mieles del fútbol nacional. Incluso del mundial.

Pero queda una lección acaso histórica: la elocuente relación que el narcotráfico tuvo —y sigue teniendo— con amplios sectores de la sociedad, particularmente con el fútbol. ¿Hasta cuándo se va a dar esta situación? ¿Hasta qué momento la inmoralidad de permitirlo todo por los triunfos le va a ganar a la sociedad decente? ¿Es ese el prototipo de deporte que queremos? El América se equivocó y pagó.

Pese a las glorias individuales y a veces colectivas, este deporte no anda tan bien como se pinta. Este gobierno aprobó la Ley 1445 de 2011, la del deporte, y se han hecho acuerdos para el fortalecimiento del fútbol entre los directivos. Pero aún queda mucho por hacer. Este bache (alimentado con la popularidad del deporte) es lo que permite que se abra una ventana de oportunidad para que el dinero ilegal penetre. No hay éxito deportivo que lo justifique, ni que perdure si proviene de oscuros orígenes. El del América, es ejemplo elocuente que no se debe dejar replicar.

Por El Espectador

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