Cinco veces se ha presentado al Congreso de la República el proyecto de reforma constitucional para permitir la comercialización del cannabis y las cinco veces se ha chocado con el rechazo y las dilaciones. La pasada legislatura llegó al último debate, donde vimos vestiduras rasgadas y jugaditas que terminaron con su hundimiento. Ahora, esta semana, solo llegó a segundo debate y, sin ser debatido, 46 congresistas decidieron archivarlo. La Rama Legislativa ha demostrado ser incapaz de avanzar en temas sensibles moralmente: pasó con el matrimonio igualitario, pasó con el aborto y sigue pasando con la regulación del cannabis. ¿Cómo podemos cambiar de estrategia para que el país no se quede atrás en los avances que da el mundo? ¿Estamos condenados a vivir atrincherados en los prejuicios?
Lo curioso es que fueron congresistas del Partido Liberal y de Cambio Radical, colectividades que supuestamente están a la vanguardia ideológica en temas como este, los que le dieron la estocada final al proyecto. La senadora liberal Karina Espinosa dio una declaración que merece ser observada con lupa: “Aquí estamos los que creemos en la familia y en la niñez. Acá hay una mayoría que lucha por reconstruir el tejido social. No somos focas ni cínicos. En Colombia hay que cambiar la cultura de la droga. Los felicito por hundir este proyecto que decía puras mentiras”. En pocas frases, la congresista hizo un buen trabajo de sintetizar la terquedad conservadora.
Primero: ¿cuáles mentiras? El proyecto de ley llega tarde, como es habitual en Colombia, a una tendencia global. Varias de las economías más importantes del mundo ya permitieron la regulación del cannabis para comercializarlo y el resultado ha sido evidente: no hubo apocalipsis, no hubo aumento desmedido en el consumo, pero sí hubo más recaudo en impuestos, mejor vigilancia de los lugares donde está prohibida la comercialización y más protección a los derechos de las personas que consumen. Reconocer que en Colombia hay poblaciones cultivadoras que merecen un marco legal, y también aceptar que la lucha contra el narcotráfico la estamos perdiendo no son mentiras, son hechos sustentados en años de historia y estudios.
Segundo, creer en la familias y la niñez no es usarlas como caballito de batalla para obstaculizar cualquier cambio de estrategia en políticas públicas. ¿Acaso la prohibición ha logrado reducir el consumo, limitar el microtráfico y proteger a niños, niñas y adolescentes? Por supuesto que no. Solo ha hecho más difícil la vigilancia y ha fortalecido a grupos criminales que siguen a sus anchas. Los mercados regulados se pueden controlar; los ilegales, en cambio, triunfan cuando los congresistas deciden no modificar el statu quo.
Regular no es una solución a los problemas de raíz del narcotráfico, pero sí una medida pequeña que es más un cambio de enfoque para concentrarse en esa raíz no puede aprobarse en el Congreso, ¿cómo esperar que se abra el debate para un cambio más ambicioso en la estrategia antidrogas? Parecemos condenados a repetir las discusiones de siempre.
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