Debates obligatorios y bien organizados

El Espectador
15 de junio de 2018 - 02:00 a. m.
El país necesitaba que ambos candidatos, ya con nuevas alianzas y como únicas opciones, discutieran por qué creen que su proyecto es el más conveniente para Colombia. / Foto: Cristian Garavito - El Espectador
El país necesitaba que ambos candidatos, ya con nuevas alianzas y como únicas opciones, discutieran por qué creen que su proyecto es el más conveniente para Colombia. / Foto: Cristian Garavito - El Espectador

Los debates presidenciales en primera y segunda vuelta deberían ser pocos pero obligatorios. Esta campaña que termina fue paradójica: mientras que durante la carrera inicial por llegar a la segunda vuelta los colombianos estuvimos saturados de debates, lo que en últimas debilitó el propósito de los mismos, en las tres semanas previas a la segunda no se enfrentaron nunca públicamente los candidatos, lo cual va en detrimento de la democracia. La solución, nos parece, es tomar el ejemplo de Estados Unidos y crear una comisión independiente que organice debates puntuales que sean de asistencia obligatoria.

En primera vuelta se notaba el cansancio del público y de los candidatos. Canales nacionales y regionales, emisoras radiales, universidades y gremios hicieron muchos debates. Aunque la deliberación y la confrontación de las ideas son necesarias, cuando se diluye tanto se pierde el efecto deseado: que las personas voten más informadas y puedan contrastar las ideas de país que hay sobre la mesa. Al final, lo único que se lograba era que unos candidatos extenuados le hablaran a una audiencia reducida. Eso, claramente, debería cambiar. Pero lo que no se puede permitir es lo ocurrido para la segunda vuelta, donde no hubo ni una sola confrontación pública entre Iván Duque y Gustavo Petro.

Contrario a lo que algunas personas han sugerido, no fue suficiente todas las veces que se encontraron en la primera vuelta. El país necesitaba que ambos candidatos, ya con nuevas alianzas encima y como únicas opciones en la balota, discutieran por qué creen que su proyecto es el más conveniente para un país con los problemas que tiene Colombia.

Ya lo hemos visto en otras elecciones. Es obvio que a quien lidera las encuestas, sea de la orilla ideológica que sea, le conviene no exponerse a espacios de tanta vulnerabilidad como los debates. Por eso mismo es que deberían ser obligatorios. Que todos los candidatos sepan que tienen una responsabilidad con el país de someterse a ese tipo de eventos para que defiendan sus ideas.

Un modelo que puede seguirse es de la Comisión para los Debates Presidenciales, en Estados Unidos. Creada en 1987 como una organización independiente, sin ánimo de lucro, contó con el apoyo de los dos partidos predominantes en ese país, el Demócrata y el Republicano. La Comisión se financia con donaciones provenientes del sector privado y se ha convertido en el garante de una tradición que en Estados Unidos se considera sagrada.

La Comisión financia y produce los debates presidenciales y vicepresidenciales, y se encarga de llevar a cabo investigación y actividades educativas en torno a los contenidos de esos eventos. El resultado es que hay un número reducido de encuentros, que giran en torno a temas particulares y que tienen distintos formatos, pero que ofrecen una oportunidad invaluable para que los estadounidenses se sienten a contrastar las propuestas sobre la mesa. Así se logra que los debates sean un momento de encuentro nacional (el rating de cada uno de los debates entre Hillary Clinton y Donald Trump, por ejemplo, estuvo por las nubes) y son fechas ineludibles para los candidatos.

¿Por qué no hacer lo mismo en Colombia? Se nos ocurre que puede ser una función asignada al Consejo Nacional Electoral, por ley, y que cuente con participación de todas las fuerzas políticas para fomentar la transparencia y evitar las dudas sobre posibles sesgos. Con fechas y reglas predefinidas para debates en primera y segunda vuelta, los candidatos tendrán tiempo de prepararse y no habrá excusa para ausentarse. El país, por su parte, también se puede programar. Que los debates sean útiles y representen eventos esenciales en nuestros procesos deliberativos.

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Por El Espectador

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