Dejad que los niños vengan a mí

El Espectador
17 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.
Fueron siete décadas en las cuales se presentaron estos hechos condenables sin que se hiciera nada al respecto. / Foto de referencia: Pixabay
Fueron siete décadas en las cuales se presentaron estos hechos condenables sin que se hiciera nada al respecto. / Foto de referencia: Pixabay

Infortunadamente, no es la primera vez, ni será la última, en que se dan a conocer cifras y hechos vergonzosos frente a delitos cometidos por miembros del clero. En Pensilvania, un gran jurado reveló, tras una minuciosa investigación, que más de mil niños y jóvenes fueron abusados por cerca de 300 sacerdotes. Lo que ha hecho más repugnante el actual informe es que no sólo la cúpula de la Iglesia católica encubrió los hechos e impidió sanciones, sino que la mayoría de los delitos ya prescribieron o sus responsables ya fallecieron. Una vez más campea la impunidad.

Fueron siete décadas en las cuales se presentaron estos hechos condenables sin que se hiciera nada al respecto. En varios casos documentados los padres acudieron a las autoridades eclesiásticas a denunciar lo ocurrido y se les prometió investigar los hechos y aplicar correctivos. Simultáneamente se les conminó a no llevar las acusaciones ante las autoridades policiales o judiciales. El resultado que ahora se conoce es el de religiosos que en su momento debieron recibir no sólo el repudio de la propia Iglesia católica, sino todo el peso de la ley. Como mencionó el fiscal general de Pensilvania, Josh Shapiro, para la cúpula religiosa “lo principal no era ayudar a los niños, sino evitar el escándalo”.

“Pese a algunas reformas institucionales, en general los líderes individuales de la Iglesia han evitado una rendición de cuentas pública. Los curas estaban violando a pequeños niños y niñas, y los hombres de Dios que eran responsables de ellos no sólo no hicieron nada sino que lo ocultaron todo”, dice el informe. Una institución tan importante como la Iglesia católica, sus máximos jerarcas y los sacerdotes deberían ayudar a desenterrar y denunciar hechos que le hacen demasiado daño a la propia institución. Unos meses atrás la Iglesia chilena se vio sacudida por un gran escándalo ante la renuncia de un alto número de prelados, luego de la visita del papa. Los mismos habían actuado de forma similar a sus pares en otros lugares del mundo al dedicarse al tapen, tapen, en vez de asumir la responsabilidad y ayudar al papa Francisco en su labor de depurar al catolicismo de tanto lobo con piel de oveja.

Estremece leer en el informe los casos de sacerdotes que crearon redes de sadomasoquismo, en las cuales intercambiaban víctimas jóvenes para ser vejadas. En otros, les regalaban a las víctimas cruces de oro, para que pudieran ser identificadas por otros pervertidos más adelante. Uno más que ante las acusaciones públicas se retiró del ejercicio sacerdotal, aunque lo hizo con una recomendación de la curia para trabajar en Walt Disney World. También se menciona a un sacerdote que confesó ante su superior haber violado al menos 15 niños. El obispo lo felicitó por ser una persona “sincera” y por lograr “avanzar en su adicción”. El informe también señala que entre los casos de niños y jóvenes que no denunciaron hechos ocurridos, por vergüenza o temor, y los casos que se perdieron, la cifra podría ser de miles.

Unos meses atrás había muerto en Roma el cardenal de Boston Bernard Law, quien se vio involucrado en el encubrimiento de los casos de pederastia ocurridos en su diócesis durante muchos años. Su retiro tan sólo se dio luego de que el periódico Boston Globe hiciera una profunda investigación que permitió conocer lo que había sucedido bajo su complaciente mirada. En fecha más reciente, Theodor McCarrick, quien fuera exarzobispo de Washington, debió renunciar a su condición cardenalicia por los casos de pederastia que cometió en el pasado.

Es claro que le hace más daño a la Iglesia católica mantener escondida esta historia negra que darla a conocer y tomar acciones directas contra sus perpetradores. Una sociedad expectante sabrá agradecer esta actitud.

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Por El Espectador

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