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Dólar doloroso

MUCHO SE HA DICHO EN LOS últimos días sobre la fuerte devaluación de la tasa de cambio, que ronda ya el 70% durante el último año.

El Espectador
26 de agosto de 2015 - 03:43 a. m.

Pasamos de pagar cerca de 1.800 pesos por dólar a mediados del 2014, a la impresionante cifra de 3.200 pesos y más esta semana, valor nunca visto en la historia de Colombia. En los análisis, la voz del Gobierno Nacional —que resalta los beneficios de este comportamiento del precio de la divisa y cómo esto fortalecerá la economía colombiana— se ha venido imponiendo sin mayor discusión, salvo por críticas puntuales de sectores particularmente afectados. ¿Es así de positivo el panorama?

Cierto es que algunos sectores se benefician, como los exportadores y algunos productores nacionales que compiten con las importaciones (aunque no todos, porque muchos tienen la mayoría de sus costos en dólares). También es cierto que la devaluación ayuda a amortiguar el tremendo choque que ha sufrido Colombia con la caída del precio del petróleo. Pero es aún más cierto que una devaluación del tamaño de la que hemos vivido, en el fondo, nos perjudica a todos.

En efecto, los activos de todos los colombianos valen hoy 70% menos de lo que valían hace un año. Nuestras casas o nuestros carros, al igual que nuestros salarios, perdieron ese valor durante este período. Lo mismo pasa con los activos de la industria y el comercio. Así las cosas, podría decirse que el país y los colombianos nos empobrecimos con respecto al resto del mundo en casi 70% durante el último año.

La tasa de cambio es el mejor indicador de la fortaleza de una economía y de su “valor” en el contexto internacional. Y si bien es cierto que una tasa de cambio de 1.800 pesos por dólar probablemente sobreestimaba el valor de la economía colombiana (y nos hacía artificialmente más ricos de lo que éramos), lo es aún más que por encima de los 3.000 pesos muestra una debilidad demasiado alta que es necesario empezar a corregir.

Es sabido que la caída abrupta y sustancial de los precios de petróleo generó inicialmente el incremento de la tasa de cambio, pero la corrección ha sido mucho más pronunciada de lo que exigiría dicho choque. Esto se debe a que el gasto, especialmente el público, no se ajusta a la nueva realidad de menores ingresos, lo que obliga a que los precios se incrementen para lograr el ajuste requerido. El aumento de la tasa de cambio se ha visto reforzado por el incremento sostenido en el déficit en cuenta corriente. Este aumento se empezará a trasladar a otros precios de bienes importados, empujando la inflación y obligando a incrementos en la tasa de interés por parte del Banco de la República. Es decir, la economía terminará ajustándose “a las malas”, lo que traerá más impactos negativos sobre el empleo, el consumo y el bienestar de los hogares.

Por eso es importante empezar desde ya, y no en 2018, un verdadero ajuste fiscal que detenga esa espiral. El gasto privado ya se ha empezado a moderar por efecto del incremento en la tasa de cambio, como lo muestran las últimas cifras de caída de las importaciones y moderación en el crecimiento del consumo de los hogares. Falta la otra parte del ajuste. En ese sentido, esta es una buena oportunidad para por fin meterle el diente a nuestra estructura fiscal, inequitativa, desordenada, de muy bajo recaudo y exagerada incidencia en los pocos que pagan impuestos.

Puede que el dólar por las nubes sirva para aliviar el impacto de la caída en los precios del los productos minero-energéticos a los que nos habíamos entregado sin mayor precaución; pero eso no puede ocultar ni posponer las tareas que hay que emprender ya para corregir el rumbo.

 

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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