Fidel Castro y la historia

Fidel Castro, con su famosa frase “la historia me absolverá”, dejó patente su personalidad carismática y mesiánica, en la cual quedan demasiados claroscuros como parte de su legado.

El Espectador
28 de noviembre de 2016 - 02:00 a. m.
No será fácil encontrar un consenso sobre lo que representó la figura de Fidel Castro.
No será fácil encontrar un consenso sobre lo que representó la figura de Fidel Castro.

La muerte de Fidel Castro cierra un capítulo esencial de la historia reciente del hemisferio. Desaparece así una utopía que ya había concluido tiempo atrás. Difícilmente se encuentra una personalidad más controvertida como la suya en esta parte del mundo. Considerado por algunos como el latinoamericano más importante del siglo XX, en especial por su lucha antiimperialista, para otros, como el presidente electo Donald Trump, fue un “dictador brutal”. No será fácil encontrar un consenso sobre lo que representó su figura.

Con su famosa frase “la historia me absolverá”, dejó patente su personalidad carismática y mesiánica, en la cual quedan demasiados claroscuros como parte de su legado. A su favor está el haber dado dignidad a un pueblo y unos gobiernos acostumbrados a obedecer los designios del vecino del norte desde el momento mismo de su independencia. Dejó unos indicadores sociales en el campo de la salud, la educación y la investigación científica que son reconocidos por tirios y troyanos como parte de los grandes avances logrados por la Revolución. Entendió, muy tarde, que la lucha armada no era el camino para solucionar los problemas que aquejan a los países latinoamericanos. Nuestro propio país, que padeció en carne propia una guerra interna por más de 50 años y llegó a romper relaciones con La Habana, agradeció a Fidel y a su hermano Raúl el haberse jugado a fondo para lograr la anhelada paz.

En la balanza de los hechos negativos sobresalen la forma dictatorial y el desdén por la democracia con los cuales gobernó al país durante 48 años sin permitir la más mínima disidencia. Su lema “Con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada” llenó las cárceles de opositores políticos y alentó la violación de los derechos humanos, entre otras cosas con la persecución a los intelectuales y a los homosexuales. Ordenó el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, héroe de la guerra en Angola, a quien se le levantaron cargos por narcotráfico y corrupción. Detrás estaba el motivo real de ser uno de los promotores de la perestroika ante la inminente caída de la Unión Soviética. Al final, unos años atrás, reconoció que el modelo basado en el centralismo excesivo, el Estado paternalista y el intervencionismo oficial “no nos sirve ni a nosotros”.

Durante su era, cerca de un millón y medio de cubanos abandonaron la isla, en especial hacia Miami. Postergó al máximo la entrega del poder a su hermano Raúl, hasta que su salud le impidió gobernar. Era consciente de que su sucesor comenzaría una serie de tímidos cambios aperturistas, en especial en el sector del turismo, siguiendo el modelo chino. Este giro dio pie a la normalización de relaciones con Estados Unidos, tras el histórico paso dado por el presidente Barack Obama. Sin embargo, y con las nuevas realidades políticas, hay una gran incertidumbre hasta que Trump asuma la Presidencia en enero.

El Caballo, como se le conoció en la isla por su vitalidad y empuje, murió, paradójicamente, sin que el exilio cubano estuviera preparado para ello. Durante 55 años esperaron y se anticiparon a su fallecimiento, pensando más con el deseo que con las realidades de lo que ocurría en la isla y la salud del líder de la Revolución. De hecho, Fidel sobrevivió no sólo a la invasión de bahía de Cochinos y a la crisis de los misiles, en los momentos más álgidos de la Guerra Fría, sino a un sinnúmero de atentados en su contra por parte de 11 administraciones estadounidenses. Todo lo anterior le confirió un halo de inmortalidad que lo convirtió en un mito viviente.

En adelante, su legado será evaluado de acuerdo a las querencias o malquerencias que generó, a la admiración o al odio que se le tuvo. Mientras tanto, la gran pregunta que queda en el aire es si valió la pena aferrarse al poder para lograr cambios sociales de importancia, pero manteniendo a Cuba bajo una dictadura condenable desde todo punto de vista.

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Por El Espectador

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