Las muertes que no cuentan

El mundo está a punto de vivir una tragedia sin precedentes en los últimos 70 años. “Desde principios de año estamos enfrentándonos a la mayor crisis humanitaria desde la creación de las Naciones Unidas. Hay más de 20 millones de personas en cuatro países que sufren inanición. Sin esfuerzos globales y coordinados, morirán de hambre”. Este angustioso llamado lo hizo unos días atrás Stephen O’Brien, jefe de ayuda humanitaria de la ONU. Los países son Yemen, Sudán del Sur, Somalia y Kenia. La comunidad internacional calla.

El Espectador
13 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.

La gravedad de la situación fue presentada ante el Consejo de Seguridad. En caso de que no se hagan efectivas las contribuciones de inmediato, millones de personas van a padecer una hambruna de inimaginables proporciones. Es, sin lugar a dudas, la mayor crisis humanitaria desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial en 1945. El mes anterior, el nuevo secretario general de la ONU, Antonio Guterres, dijo que se habían recibido US$90 millones, mientras que la cifra que se espera recaudar antes de julio es de US$4.400 millones. El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, también prendió las alarmas al informar que cerca de 1,4 millones de niños podrían morir de hambre este año.

La situación en África ha sido fuente de preocupación recurrente por distintos motivos. Yemen vive un cruento conflicto en el cual la peor parte la llevan los civiles, en especial las mujeres y los niños. Los hutís libran una guerra abierta contra el Gobierno, que los combate en alianza con Arabia Saudita. Los cálculos son que cerca de 19 millones de personas requieren de inmediato ayuda humanitaria de algún tipo. Además, cada diez minutos fallece un niño por una enfermedad prevenible y unos 500.000 niños padecen de desnutrición grave.

Sudán del Sur fue creado en 2011 tras el grave conflicto interno que allí se vivía. Ahora, según Naciones Unidas, el 40 % de sus habitantes, unos 4,9 millones de personas, necesitan de manera “urgente alimentos, agricultura y asistencia nutricional”. De momento, unas 100.000 personas padecen la hambruna y varios millones podrían unírseles en muy corto tiempo. Nigeria, por su parte, es tal vez el país que enfrenta la peor situación en África. Un grupo fundamentalista musulmán, Boko Haram, ha asolado el norte del país con sangrientas acciones. Se calcula que unas 15.000 personas han sido asesinadas y más de dos millones han tenido que huir para salvar sus vidas. Debido a ello, unos 75.000 niños están en riesgo de morir de hambre, mientras que más de siete millones de personas padecen de “inseguridad alimentaria grave”.

Por último, Somalia continúa con la muy precaria situación que viene arrastrando desde hace más de 30 años. A comienzos de la presente década, unas 260.000 personas murieron de inanición. Teniendo en cuenta estos antecedentes, se entiende el nivel de preocupación actual, pues tan sólo en dos días fallecieron 110 personas a comienzos del presente mes. Las condiciones climáticas, en especial el fenómeno de El Niño, afectaron gravemente la agricultura y la ganadería, lo que deja a más de seis millones de personas expuestas a padecer de hambruna en muy corto plazo.

Lo paradójico ante esta angustiante situación es que, mientras se hacen llamados desesperados para despertar la consciencia de la comunidad internacional y recibir contribuciones humanitarias, en países como Estados Unidos se anuncia el aumento del gasto militar en US$54 billones y un recorte sustancial a la cooperación externa para países en desarrollo que tanto la necesitan.

Que en el mundo hay muertos de segunda y tercera clase no es una novedad. Los miles de migrantes que fallecen en el Mediterráneo ya ni siquiera aparecen en las noticias. Pero que una hambruna como la mencionada pueda tener lugar a pesar del llamado de la ONU para actuar de inmediato, es un hecho que debe causar no sólo indignación, sino vergüenza en el mundo. Es la crónica de una tragedia anunciada.

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Por El Espectador

 

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