Harvey Weinstein es sinónimo, en la historia de Hollywood, del cine independiente estadounidense; un hombre que a punta de influencia y buen ojo construyó carreras de directores, productores, actores y actrices. Ahora sabemos, sin embargo, que durante todos esos años aprovechó su poder para manipular mujeres, acosarlas y obligarlas a tener relaciones sexuales con él, bajo la amenaza de arruinarles su futuro profesional si se oponían. Weinstein es sinónimo ahora de tantos hombres con poder que lo utilizan para silenciar a sus víctimas y vivir en la impunidad.
Son, por lo menos, 30 las mujeres que han denunciado cómo Weinstein las acosó en distintas ocasiones. El modus operandi era el mismo: las invitaba a cenar, o a su hotel, con la excusa de hablar de trabajo, pero luego les pedía favores sexuales. Todas, además, dijeron que nunca habían dicho nada porque tenían miedo; un temor completamente justificado: tanto era el poder del productor, que podía arruinarles su carrera. En una ocasión, por allá en el 2004 (¡hace 13 años!), un periodista de The New York Times estaba siguiendo una historia sobre una persona aparentemente encargada de conseguirle actrices a Weinstein, cuando varios personajes de la talla de Matt Damon lo llamaron a decirle que estaba entendiendo todo mal. Harvey era, entonces, intocable.
¿Cuántas historias análogas, pero menos taquilleras, estamos viendo? ¿Cuántas mujeres tienen que aguantar acosos, sufrir en silencio, vivir en miedo, para no arruinar sus carreras? La fórmula es demasiado común: poder sumado a la complejidad de la sociedad equivale a la normalización de un actuar deplorable. ¿Qué podemos hacer?
Para empezar, crear ambientes que protejan a las víctimas. Demasiadas mujeres afirman que prefieren callar porque no les creen, y tienen razón. Cada vez que hay una acusación, la respuesta de los denunciados apunta a destruir su credibilidad, y demasiadas veces triunfan. No se trata de negar el debido proceso, pero sí de abandonar los prejuicios contra quienes denuncian. Las víctimas suelen perder mucho, y ganar muy poco, cuando se atreven a hablar en público.
Lo ocurrido con Weinstein, por cierto, llevó a que varios actores contaran que ellos también habían sido abusados por hombres con poder. Ellos también sintieron temor de hablar. Un motivo más para ayudar a que las víctimas rompan las cadenas del silencio.
Otro paso importante es dejar de culpar a las víctimas. Muchas de las reacciones a la noticia de Weinstein han sido contra las mujeres: ¿por qué no dijeron algo antes? Ese no puede ser el punto. Si alguien tenía razón para callar, eran ellas. Lo verdaderamente angustiante es el estruendoso silencio de todos los hombres cercanos a Weinstein que conocían sus prácticas y no se opusieron, así como las redes encargadas de mantenerlo en la impunidad. Los poderosos no son nadie sin sus cómplices. Él claramente operaba dentro de ambientes que normalizaban su actuar, que creían que era una situación que no causaba ningún tipo de daño. Esa concepción debe cambiar.
Weinstein dijo hace poco que él viene de otra época, “donde las reglas sobre el comportamiento en el trabajo eran diferentes”. Es cierto: por demasiado tiempo nuestras sociedades han normalizado el acoso como comportamientos válidos, propios de la masculinidad. Eso no puede continuar. Como escribió Rose McGowan, una de las actrices víctimas de Weinstein: “Las mujeres seguiremos luchando. Y los hombres deben acompañarnos. Los necesitamos a todos como aliados”.
Los hombres con poder deben sacudirse su privilegio y percatarse de lo perverso que es actuar de esta manera. Los que están cerca de esos hombres deben tener la valentía de cuestionarlos y de apoyar a las víctimas cuando vean situaciones de injusticia. El mensaje tiene que ser claro: no hay tolerancia con el acoso de ningún tipo. Si eso no ocurre, nada va a cambiar.
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