Otra masacre

El Espectador
16 de febrero de 2018 - 03:45 a. m.
¿No hay una medida que el país que se jacta de ser el más poderoso del mundo pueda tomar para reducir masacres y víctimas cada cierto tiempo? / AFP
¿No hay una medida que el país que se jacta de ser el más poderoso del mundo pueda tomar para reducir masacres y víctimas cada cierto tiempo? / AFP

¿Nunca nada va a cambiar? ¿Deben los estadounidenses y los millones de extranjeros que visitan ese país por múltiples razones saber que, cada tanto, ocurrirá una masacre y que las víctimas pueden ser ellos? ¿No hay una medida que el país que se jacta de ser el más poderoso del mundo pueda tomar para reducir el problema? ¿Es este un ejemplo de cómo los intereses individuales cerraron para siempre la posibilidad de llegar a acuerdos en temas complejos de los que depende la vida de las personas?

Ocurrió de nuevo. En un bachillerato a una hora de Miami, Nikolas Cruz, un joven de 19 años, entró con un rifle AR-15 y suficiente munición para causar daños. Abrió fuego y asesinó a por lo menos 17 personas, según la última cifra reportada antes del cierre de esta edición. Hay 15 personas en el hospital con distintos tipos de lesiones por culpa del ataque.

En lo que va del 2018, según reporta The Guardian, se han presentado 18 tiroteos dentro de colegios en Estados Unidos. Este, además de ser el más reciente, se lleva el deshonroso reconocimiento de ser la octava masacre más mortífera en ese país. ¿Pueden seguirse entendiendo estos eventos como casos aislados?

Los estudiantes que estaban en la escuela cuando comenzó el tiroteo utilizaron sus celulares para llamar a sus familiares y grabar videos que compartieron en redes como Snapchat. Verlos es reconocer la frustración y el pánico que produce una situación así, donde no hay manera de reaccionar, donde todos quedan a merced del azar y de la acción de la Policía, que en Estados Unidos está bien entrenada para hechos similares, pero que necesariamente llega después de que ya han tenido lugar los peores daños.

Donald Trump, presidente de EE. UU., dijo que Cruz era “enfermo mental”, que sus compañeros lo sabían y que “siempre hay que reportar estos casos a las autoridades”. Es la clase de reacción que se puede esperar de un personaje irreflexivo que, además, le debe lealtad al lobby pro armas de ese país. No obstante, su visión es compartida por muchos estadounidenses, lo que cierra el verdadero debate de fondo.

El impulso a creer que los victimarios son personas dañadas, con problemas mentales, es la solución más facilista que parte del deseo de no hacer nada para prevenir hechos como éste. ¿Cómo íbamos a hacer algo si esas personas no son predecibles?, reza el argumento. Pero la realidad es otra. Las enfermedades mentales no llevan a cometer estos actos, como los activistas en pro de quitarle el estigma a la salud mental repiten, con evidencia, cada vez que ocurre una masacre. Además, la idea de que hay que reportar el comportamiento extraño de las personas es muy peligrosa porque fomenta la cacería de brujas a partir de prejuicios y porque, en últimas, es inútil. No sobra recordar que muchos de quienes han cometido estas masacres son personas “perfectamente normales” dentro del criterio trumpiano de caracterización de los seres humanos.

Muchos de los compañeros de Cruz cuentan que era común verlo portando distintos tipos de armas, incluso dentro del colegio. Esto en ejercicio de la Segunda Enmienda de la Constitución de Estados Unidos, que les permite a los ciudadanos armarse sin mayor intervención estatal. Esa norma, que fue creada como salvaguarda contra un Estado tiránico, ha resultado en una cultura de adoración a las armas, y a quienes las disparan, que además les facilita a muchas personas adquirir armamento letal. Sin embargo, cada vez que ocurre una masacre y que las personas preguntan si debería haber controles más estrictos a la venta de armas, el lobby proarmas cierra de tajo cualquier discusión.

No sabemos si los controles más estrictos van a evitar las masacres, aunque hay ejemplos como Australia, donde la prohibición de las armas llevó a una reducción masiva de ese tipo de situaciones. No obstante, es un debate estéril, porque en EE. UU. ni siquiera hay la voluntad política de intentar algo para ver si se consigue un cambio. Están demasiado cómodos con el ciclo de masacre-indignación-inacción-silencio-masacre, y así ad infinitum. Mientras tanto, aumenta el número de vidas cortadas y de víctimas traumatizadas. ¿Nunca va a cambiar nada?

¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a yosoyespectador@gmail.com.

Por El Espectador

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