La pugna que hay en el Congreso por aprobar la paridad de hombres y mujeres en las listas que se presenten para llegar a la Rama Legislativa ha puesto de presente lo atrasado que está el debate en nuestro país y la cantidad de prejuicios rancios que siguen predominando en el ambiente. La idea, que se basa en casos exitosos de otros países, solo pretende atender una exclusión histórica, ilógica y basada en la discriminación: pese a ser la mitad de la población, las mujeres siguen encontrando obstáculos para verse representadas en los espacios de poder. Aunque la propuesta puntual ha tenido que modificarse para quedar en su versión más inofensiva, todavía hay quienes se resisten a que cambien los rostros típicos del ejercicio de la política en nuestro país.
La situación es la siguiente: históricamente, las mujeres han estado vedadas de los espacios de poder. Antes se trataba de una prohibición expresa. Esa idea de que “los hombres van al trabajo y las mujeres se quedan en la casa” permeó las leyes que discriminaban contra ellas y les arrebataban sus derechos políticos. Solo en 1957, ¡1957!, las mujeres pudieron empezar a ejercer su derecho al voto. Desde entonces, son muchos los avances en inclusión y representación, impulsados por olas de movimientos feministas que, con paciencia y siempre ante una oposición terca, han venido señalando los problemas estructurales que deben desmontarse para poder hablar de igualdad real y ante la ley.
Sin embargo, el camino por recorrer es enorme. La lucha que se ha visto en Colombia en los últimos años, por ejemplo, por romper la impunidad del sistema judicial en los casos de violencia sexual y acoso laboral ha sido sufrida. Por más “moderno” que se sienta nuestro país, toda la estructura estatal está plagada de discriminaciones, grandes y pequeñas, que dificultan que se alcen y reconozcan las voces de las mujeres.
Por eso el proyecto de paridad en las listas para el Congreso es básico, pero poderoso. No hay que hacernos ilusiones: por supuesto que no soluciona todos los problemas; se trata de un paso pequeño, que además no garantiza que las mujeres lleguen al poder o que lo ejerzan en ausencia de prejuicios. El mismo movimiento que lo viene impulsando reconoce que esa es la realidad. Pero no por eso la solución es quedarnos cruzados de brazos, decir que las mujeres se están victimizando (como se lo hemos oído a varios parlamentarios) y que la paridad es innecesaria. Las cifras están a la vista: un estudio de ONU Mujeres encontró que “con un porcentaje de representación de mujeres del 19,7 %, tras los resultados electorales del pasado 11 de marzo de 2018, Colombia se distancia del promedio de la región de las Américas que está en 29,7 % y del promedio mundial que corresponde al 24 %”. Además, la MOE cuenta que de las “308 mujeres que estaban inscritas al Senado, de ellas 23 (el 7 %) lograron una curul en esa corporación, un panorama igual al de 2014. Para la Cámara de Representantes había 637 aspirantes mujeres, pero solo 32 candidatas (el 5 %) lograron el escaño, con una curul más que en 2014”.
Una de dos: o todas esas candidatas perdieron porque no tenían las calificaciones ni las capacidades para llegar al Congreso, o la realidad es que siguen existiendo muchas trabas estructurales para las mujeres que quieren participar en política. Por eso, es momento de la paridad. Y la conversación no puede terminar ahí.
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