La estigmatización de las protestas en Colombia es un fenómeno cíclico. La oposición al Gobierno de turno o sectores que están en desacuerdo con una decisión del Ejecutivo o del Congreso se toman las calles, mientras desde el oficialismo se cuestionan sus motivos y se insinúa que han sido infiltrados. Esa dinámica infructuosa genera más violencia, divide al país de manera irremediable y busca sabotear el derecho a manifestarse libremente.
Basta mirar las declaraciones que los actuales miembros del Gobierno dieron cuando se encontraban en oposición a la administración de Juan Manuel Santos. El 24 de abril del 2014, el ahora ministro de Defensa, Carlos Holmes Trujillo, tuiteaba que “el gobierno incumple y luego descalifica la protesta pacífica”. El mismo Álvaro Uribe Vélez, líder del Centro Democrático que viene insistiendo en que las marchas del 21 de noviembre están motivadas por fuentes extranjeras, escribió el 31 de marzo del 2016 que “la calle (es el) espacio para expresar los sentimientos de preocupación por la Patria”.
En aquel momento también hubo estigmatización. La presencia de alias Popeye, por ejemplo, llevó a que la ahora vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, dijera: “Muchos me preguntan si asistir (a la marcha) estando Popeye sería legitimarlo, pero no podemos dejar de marchar pensando que asistir es apoyar a personajes como este, de quienes todos nos distanciamos”.
El punto es que los prejuicios son habituales. Por eso es fundamental que cambiemos la forma como reaccionamos a las marchas. Tanto las autoridades como los medios de comunicación tenemos varias opciones al enfrentarnos a hechos de tal magnitud y, hasta ahora, nos parece que la lupa se ha enfocado en los detalles inadecuados.
Es muy probable que el 21 de noviembre se presenten desmanes. Hay demasiada animosidad en el aire y, en río revuelto, los vándalos y saboteadores buscan el caos. Sin embargo, todo debe tener sus justas proporciones. Si miles de colombianos marchan pacíficamente, es injusto que el enfoque de cubrimiento del paro sea el de la violencia. Además, es deshonesto.
Por cada noticia que se publique de vandalismo, también será necesario ver la historia de quienes se manifestaron sin romper las reglas, sin amenazar la democracia ni la institucionalidad. El buen periodismo nos exige proporcionalidad y un dimensionamiento apropiado de los hechos. Las generalizaciones son falaces e inútiles; el reconocimiento de la diversidad de opinión es lo que nos permitirá salir de este momento de tensión con una sociedad fortalecida.
Al Gobierno Nacional también le irá mejor si, en el difícil manejo de este paro, entiende que las manifestaciones son una manera en que su pueblo comunica el inconformismo. Menos señalamientos y represión es una manera de mostrar que la administración de Iván Duque está abierta a las críticas y respeta ese derecho. Así, además, ayudará a bajar la tensión de un país que está mostrando graves síntomas de hostilidad hacia quienes piensan diferente.
En redes sociales es inevitable que se viralicen mensajes de estigmatización, pero otra es la historia cuando esta proviene de los líderes políticos. ¿Qué tal si nos atrevemos, en esta ocasión, a romper el ciclo de señalamientos que ha acompañado durante tanto tiempo la protesta en Colombia?
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
Nota del director. Necesitamos lectores como usted para seguir haciendo un periodismo independiente y de calidad. Por favor, considere adquirir una suscripción digital y apostémosle al poder de la palabra.