Tenemos que hablar de diversidad en los colegios

Un estudiante bisexual de 14 años dijo que no ha salido del clóset en su colegio “porque cuando alguien dice que es homosexual, le abren un proceso disciplinario y le obligan a ir al psicólogo”. ¿Es así como queremos ayudar a quienes más acompañamiento necesitan?

El Espectador
01 de noviembre de 2016 - 08:31 p. m.
¿Cómo pretendemos que los maestros dejen de ver la homosexualidad como una falta disciplinaria y empiecen a entenderla como una expresión identitaria que hay que proteger? / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador
¿Cómo pretendemos que los maestros dejen de ver la homosexualidad como una falta disciplinaria y empiecen a entenderla como una expresión identitaria que hay que proteger? / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador

Un informe publicado ayer sobre matoneo contra jóvenes con orientaciones sexuales o identidades de género diversas a las mayoritarias nos lleva a pensar que es necesario dar una discusión en el país sobre la religión, la educación y la desigualdad, sin que los creyentes entiendan por esto una persecución teofóbica. Los adolescentes del país están sufriendo en silencio por culpa de un sistema educativo que se niega a reconocerlos, aceptarlos y acompañarlos.

Colombia Diversa y Sentiido publicaron la encuesta “Clima escolar LGBT en Colombia. Mi voz cuenta: experiencia de adolescentes y jóvenes lesbianas, gais, bisexuales y trans en el ámbito escolar”, donde presentan los resultados de preguntas realizadas a 581 estudiantes, entre los 16 y 20 años de los principales departamentos del país. Las cifras son en extremo preocupantes: el 67 % dijo sentirse inseguro en sus colegios y uno de cada cuatro faltó a clase por miedo. Ahora que tenemos datos para respaldar una intuición que viene desde hace años en el país, y que cobró especial urgencia desde el doloroso suicidio de Sergio Urrego, ¿vamos a seguir posponiendo el debate sobre los colegios sólo por no incomodar a ciertos grupos religiosos?

Cuando estalló el escándalo sobre las cartillas de género del Ministerio de Educación, uno de los argumentos recurrentes de la oposición a hablar de diversidad sexual en los colegios fue que el matoneo se presenta contra todos los estudiantes y que se puede combatir en abstracto sin tener que tomar medidas particulares para los jóvenes LGBT. Esta encuesta demuestra lo contrario.

A diferencia de un joven que sea matoneado con ocasión de su apariencia física, por ejemplo, aquellos estudiantes que son perseguidos por su orientación sexual o identidad de género se encuentran de manera muy común con que los victimarios son los profesores y directivos del colegio, o por lo menos cuentan con la complicidad de ellos. Eso lleva a que se sientan más aislados y que prefieran sufrir en silencio: en el 59 % de los episodios de acoso o ataques a la comunidad LGBT, los estudiantes nunca reportaron el incidente a los profesores y en el 60 % de los casos tampoco lo hicieron con sus familiares.

Un estudiante bisexual de 14 años dijo que no ha salido del clóset en su colegio “porque cuando alguien dice que es homosexual, le abren un proceso disciplinario y le obligan a ir al psicólogo”. ¿Es así como queremos ayudar a quienes más acompañamiento necesitan?

El problema es que la raíz de esta situación se encuentra, precisamente, en que las personas se niegan a reconocer el problema. Aquí, además, entra en juego un factor ineludible, y es la influencia de la religión en todos los aspectos de educación del país. Mientras desde todos los púlpitos se insista en el discurso que habla de que ser LGBT es equivalente a tener algo malo, ¿cómo pretendemos que los maestros dejen de ver la homosexualidad como una falta disciplinaria y empiecen a entenderla como una expresión identitaria que hay que proteger?

Por eso necesitamos un diálogo sincero y sin radicalismos. Por más que los sectores religiosos insistan en cambiar los términos del debate, la realidad es que los jóvenes seguirán descubriéndose homosexuales, bisexuales o cuestionando su identidad de género, y si los colegios no lo entienden los condenarán a la hostilidad constante y a todos los efectos perversos que vienen con eso. Hacernos los de la vista gorda es crear las condiciones para que el caso de Sergio Urrego se repita. Tenemos, como insisten tanto los creyentes, que pensar en nuestros niños.

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