Turquía: otra democracia debilitada

El Espectador
18 de abril de 2017 - 02:00 a. m.
El referendo deja la democracia turca supeditada a ser la legitimadora de su propia destrucción. / AFP.
El referendo deja la democracia turca supeditada a ser la legitimadora de su propia destrucción. / AFP.

El miedo sigue siendo la excusa predilecta de los líderes obsesionados con el poder para debilitar la democracia. El domingo, Turquía aprobó un referendo en las urnas que, en la práctica, convierte a su presidente, Recep Tayyip Erdogan, en un todopoderoso con todo lo que necesita para perpetuarse en el poder. Él, como es de esperarse, dice que todo fue necesario para garantizar la estabilidad de su país. ¿Cuántas veces no hemos escuchado esa justificación para destruir el equilibrio de poderes y consolidar el complejo de Dios, es decir, la idea de que sólo un líder tiene la respuesta para todos los problemas del mundo?

El principal problema es que Erdogan goza de la popularidad suficiente dentro de Turquía como para que le permitan desmantelar los principios básicos de una democracia sana. La prueba es su triunfo en las urnas. Aunque los observadores del Consejo Europeo denunciaron un desbalance en la campaña a favor del actual presidente, es innegable que hay suficientes personas que están de acuerdo con su propuesta. En países tan divididos como Turquía, y esto lo sabe muy bien Colombia, poco les importa a los líderes autoritarios que sus victorias sean pírricas.

¿Por qué tiene apoyo popular Erdogan? Hay buenas razones: además de haberse convertido en un héroe por la manera como manejó el fallido golpe de Estado, Turquía ha visto cómo su economía crece y sus ciudades se modernizan bajo la administración del presidente. Tampoco es para menos el sentimiento nacionalista y esa idea de un regreso a la “grandeza” del Imperio otomano que despierta mediante sus denuncias de enemigos externos.

Pero la legalización del autoritarismo a través del referendo es peligrosa porque, pese a los avances, Erdogan ha demostrado los peores rasgos de los líderes obsesionados con el poder. Tal vez lo más diciente de su personalidad y del desdén que siente por las libertades individuales y el derecho a oponerse es que, según cifras del año pasado, desde que llegó al poder se ha procesado a más de 2.000 personas por el gravísimo delito de insultar al presidente. Procesos judiciales, por cierto, impulsados desde el Ejecutivo.

Si un líder no es capaz de soportar los insultos y entenderlos como el ejercicio de la libre expresión, ¿se imaginan lo que hará con poderes ilimitados en la práctica y la capacidad de silenciar a quien lo moleste? Ya lo vimos, después del fallido golpe de Estado, con la captura de miles de personas que no tenían relación directa con los golpistas, pero que entraron en el mismo costal. La actitud de Erdogan fue vengativa y por completo intolerante a las ideas opuestas a su mandato.

El referendo, entre muchas cosas, concentra el poder en Erdogan, elimina la figura de primer ministro, permite que el presidente cierre el Parlamento cuando lo considere conveniente y, en general, lo consolida como el líder indiscutido en Turquía. La democracia, entonces, queda supeditada a ser la legitimadora de su propia destrucción.

La comunidad internacional, por cierto, no hará mucho, pues Erdogan sigue siendo clave en la crisis de los migrantes y en la situación de Siria. El cálculo político es que es un mal necesario tener que dejarlo hacer lo que se le antoje con las instituciones turcas para que no haya más inestabilidad global.

Pero, no sobra decirlo, ni el progreso económico ni alguna otra razón es suficiente para permitir que un líder autoritario, llámese Erdogan o como sea, debilite la democracia para perpetuarse. Si no hay libertades básicas, no puede hablarse de progreso.

 

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