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Un año sin Flor Alba Núñez y sin respuestas

El problema es que, cuando se cometen estos crímenes, rara vez pasa algo, y cuando pasa, no llega hasta los responsables con mayor poder.

El Espectador
10 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
El asesinato de Flor Alba Núñez en Pitalito, Huila, promete seguir el mismo camino de la impunidad que plaga los casos relacionados con periodistas.
El asesinato de Flor Alba Núñez en Pitalito, Huila, promete seguir el mismo camino de la impunidad que plaga los casos relacionados con periodistas.

Hoy se cumple el primer aniversario del asesinato de la periodista Flor Alba Núñez en Pitalito (Huila) y, como es tan común en los crímenes contra los comunicadores, la impunidad promete ser el resultado final. Pese a los esfuerzos conjuntos por realizar investigaciones que sigan lo iniciado por Núñez, las autoridades se muestran incapaces de responder a la pregunta sobre quién se benefició con lo ocurrido.

Núñez, de 25 años, conocida en Pitalito por sus investigaciones y por ser una piedra en el zapato de los grupos criminales, fue asesinada entrando a la emisora donde trabajaba, el 10 de septiembre del año pasado. Aunque luego fue capturado Juan Camilo Ortiz, sicario conocido como el Loco, presuntamente por ser quien mató a la periodista, el proceso en su contra ha sido aplazado varias veces y todavía se encuentra en audiencia preparatoria. La Fiscalía sólo puede dar cuenta de que él fue el autor material. Los interesados en silenciarla se mantienen en las sombras.

La relación de Núñez con el Loco es la muestra del periodismo valiente que termina incomodando y que, en este país, muchas veces ha cobrado vidas. Hace tres años informó sobre dos sicarios que le dieron cinco tiros a una zootecnista. Después, por esos hechos, varias personas fueron enviadas a prisión, entre ellas el Loco. Sin embargo, el sicario recibió de manera sorpresiva casa por cárcel, y Núñez tenía información de que se habían pagado $50 millones para dejar al Loco y sus cómplices en libertad.

El Loco quedó en libertad el 9 de septiembre y al día siguiente, todo parece indicar, asesinó a Núñez.

Sin embargo, cuesta creer que se trata exclusivamente de una revancha personal. Núñez era una de las pocas personas que insistían en la idea de que en Pitalito hay bandas criminales organizadas, pese a la negación en las versiones oficiales. También había sido merecedora de amenazas vía internet por otras investigaciones. El día de su muerte tenía pensado denunciar la presión a varias madres comunitarias por parte de un candidato a la Alcaldía y otro al Concejo.

Pitalito, por su ubicación, tiene mucho potencial económico, pero está muy cerca de tres de los cinco departamentos con más cultivos de coca en el país: Putumayo, Cauca y Caquetá. Por eso, las investigaciones de Núñez tenían que ver con el tráfico y el microtráfico. Otra prueba más, de paso, de que el reto del posacuerdo en términos de violencia y consolidación de la institucionalidad es lograr controlar a los grupos ilegales financiados por el narcotráfico.

Por todo lo anterior, no es difícil afirmar que fueron varias las personas interesadas en silenciar a Núñez. El problema es que, cuando se cometen estos crímenes, rara vez pasa algo, y cuando pasa, no llega hasta los responsables con mayor poder. Según un informe de la Fundación para la Libertad de Prensa (Flip), “la impunidad en casos de asesinatos contra periodistas se encuentra en un 98 %”, y, cuando hay condenas, “se limitan a los autores materiales”.

Hoy nos unimos a los esfuerzos de Andiarios y de varios medios para no permitir que la voz de Núñez se pierda con su muerte y para seguirle apostando al periodismo que incomoda en todas las regiones del país. Por ella y por tantos colegas que han caído creyendo en la construcción de país, hoy pedimos, una vez más, que nunca más tengamos que llorar a alguien porque hacía bien su trabajo.

 

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Por El Espectador

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