Un ejemplo democrático

Se trata de un proceso electoral que, por sus dimensiones y cobertura geográfica, merece la atención de cualquier país, y en particular de uno que, como Colombia, enfrenta tan complejos problemas de violencia, de ausencia de instituciones en zonas rurales y de un limitado capital social.

Las elecciones cafeteras se llevaron a cabo en 568 municipios de 17 departamentos del país. Más de 250.000 caficultores concurrieron a las urnas para elegir a 4.620 representantes gremiales en todo el país cafetero, desde La Guajira hasta Nariño, de Casanare hasta Chocó. Más de la mitad de los municipios de Colombia experimentó un proceso democrático que alcanzó un altísimo porcentaje de participación (67,3%), que supera ampliamente las elecciones de Congreso o presidente de la República.

Además de la alta participación para elegir a los representantes a los comités municipales y departamentales de cafeteros, es también oportuno destacar los diferentes pasos que se tomaron para garantizar la transparencia del proceso. El nombramiento de un gerente delegado independiente para las elecciones cafeteras, de jurados y comisiones de escrutinio independientes, y el apoyo de la Misión de Observación Electoral sin duda contribuyeron a robustecer el proceso.

Tener un sistema representativo y democrático efectivo es un activo importante que se debe analizar y valorar cuidadosamente. Numerosos teóricos del desarrollo han confirmado en múltiples estudios la importancia de las instituciones para el desarrollo. En el caso colombiano, a pesar de las diferentes crisis de la caficultura, es inocultable que el sector rural cafetero tiene una mejor infraestructura y un tejido social mucho más sólido que el del resto del sector rural colombiano. Las recientes elecciones cafeteras así lo confirman: los productores cafeteros han demostrado una vez más que tienen la civilizada y sana tradición de resolver democráticamente sus diferencias para que, bajo un marco institucional sólido, puedan desarrollar programas y bienes públicos que los beneficien a todos.

Se trata de una importante lección para un país que, como Colombia, se halla en medio de un proceso de paz, envuelto en discusiones de un posible posconflicto y en la imperiosa necesidad de darle sostenibilidad económica, social y ambiental a sus campesinos. Una lección que no es sólo democrática; también es una lección de cómo una comunidad diversa está en capacidad de solucionar sus diferencias y de unir voluntades para actuar en favor de sus intereses.

Desde la perspectiva gremial, este proceso también deja lecciones importantes. La representatividad de los líderes gremiales debe provenir de un claro mandato democrático que consulte los intereses de todas las regiones, tamaños productivos y realidades locales. La vocería de los líderes representativos, respaldados por una legitimidad que surge de las urnas, debe ser escuchada y respetada por los demás estamentos de la sociedad. De esta manera la mayor motivación para un gremio o un sector representativo es la de consultar regularmente sus bases y poder reclamar para sí esta legitimidad.

Por último, también vale la pena resaltar que la fortaleza de las instituciones no sólo radica en su legitimidad, sino también en su efectividad. Y para ser efectivos es necesario adaptarse a los tiempos y estar dispuestos a un proceso de mejoramiento continuo. El propio gerente de la Federación Nacional de Cafeteros ha señalado la disposición que tiene esta entidad a revaluarse, lo que parece necesario. Empero, antes que pensar en destruir lo conseguido, es imperioso reconocer que, a pesar de dichas oportunidades de mejora, el país cuenta con una institucionalidad cafetera que es considerada modelo en el mundo y ejemplo de una representatividad que surge, precisamente, de un proceso democrático ejemplar.

Se trata de un proceso electoral que, por sus dimensiones y cobertura geográfica, merece la atención de cualquier país, y en particular de uno que, como Colombia, enfrenta tan complejos problemas de violencia, de ausencia de instituciones en zonas rurales y de un limitado capital social.

Las elecciones cafeteras se llevaron a cabo en 568 municipios de 17 departamentos del país. Más de 250.000 caficultores concurrieron a las urnas para elegir a 4.620 representantes gremiales en todo el país cafetero, desde La Guajira hasta Nariño, de Casanare hasta Chocó. Más de la mitad de los municipios de Colombia experimentó un proceso democrático que alcanzó un altísimo porcentaje de participación (67,3%), que supera ampliamente las elecciones de Congreso o presidente de la República.

Además de la alta participación para elegir a los representantes a los comités municipales y departamentales de cafeteros, es también oportuno destacar los diferentes pasos que se tomaron para garantizar la transparencia del proceso. El nombramiento de un gerente delegado independiente para las elecciones cafeteras, de jurados y comisiones de escrutinio independientes, y el apoyo de la Misión de Observación Electoral sin duda contribuyeron a robustecer el proceso.

Tener un sistema representativo y democrático efectivo es un activo importante que se debe analizar y valorar cuidadosamente. Numerosos teóricos del desarrollo han confirmado en múltiples estudios la importancia de las instituciones para el desarrollo. En el caso colombiano, a pesar de las diferentes crisis de la caficultura, es inocultable que el sector rural cafetero tiene una mejor infraestructura y un tejido social mucho más sólido que el del resto del sector rural colombiano. Las recientes elecciones cafeteras así lo confirman: los productores cafeteros han demostrado una vez más que tienen la civilizada y sana tradición de resolver democráticamente sus diferencias para que, bajo un marco institucional sólido, puedan desarrollar programas y bienes públicos que los beneficien a todos.

Se trata de una importante lección para un país que, como Colombia, se halla en medio de un proceso de paz, envuelto en discusiones de un posible posconflicto y en la imperiosa necesidad de darle sostenibilidad económica, social y ambiental a sus campesinos. Una lección que no es sólo democrática; también es una lección de cómo una comunidad diversa está en capacidad de solucionar sus diferencias y de unir voluntades para actuar en favor de sus intereses.

Desde la perspectiva gremial, este proceso también deja lecciones importantes. La representatividad de los líderes gremiales debe provenir de un claro mandato democrático que consulte los intereses de todas las regiones, tamaños productivos y realidades locales. La vocería de los líderes representativos, respaldados por una legitimidad que surge de las urnas, debe ser escuchada y respetada por los demás estamentos de la sociedad. De esta manera la mayor motivación para un gremio o un sector representativo es la de consultar regularmente sus bases y poder reclamar para sí esta legitimidad.

Por último, también vale la pena resaltar que la fortaleza de las instituciones no sólo radica en su legitimidad, sino también en su efectividad. Y para ser efectivos es necesario adaptarse a los tiempos y estar dispuestos a un proceso de mejoramiento continuo. El propio gerente de la Federación Nacional de Cafeteros ha señalado la disposición que tiene esta entidad a revaluarse, lo que parece necesario. Empero, antes que pensar en destruir lo conseguido, es imperioso reconocer que, a pesar de dichas oportunidades de mejora, el país cuenta con una institucionalidad cafetera que es considerada modelo en el mundo y ejemplo de una representatividad que surge, precisamente, de un proceso democrático ejemplar.