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Veinte años y ni siquiera un arrepentimiento

“NO ME ARREPIENTO DE AYUDAR A LAS Autodefensas Campesinas de Puerto Boyacá, aunque cometieron excesos como las masacres de la Rochela y Cimitarra, en la que murió la hermana de María Jimena Duzán”.

El Espectador
25 de febrero de 2010 - 11:00 p. m.

Quien habla es Gabriel Puerta Parra en entrevista con El Tiempo a su regreso a Colombia tras purgar tres años de cárcel en Estados Unidos por narcotráfico y colaboración con los paramilitares. Debía pagar una condena de 22 años.

Silvia Duzán fue asesinada hoy hace 20 años mientras realizaba un documental para el canal 4 de la BBC sobre asociaciones campesinas. Pero allí en Cimitarra no sólo murió ella. También fueron acribillados Josué Vargas, Miguel Ángel Barajas y Saúl Castañeda, tres líderes que formaban parte de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare. La misma que recibió el premio alternativo de la paz otorgado por la comunidad sueca en tiempos en que los habitantes del Magdalena Medio no podían escapar de la violencia sin huir de sus territorios. O ingresaban a la guerrilla o se convertían en paramilitares; de lo contrario, tenían la muerte asegurada.

Estos tres líderes, pioneros en laboratorios de paz, pagaron con sus vidas el valeroso deseo de permanecer neutrales. En el aniversario de su asesinato, cuando las viejas estructuras del paramilitarismo se han desmovilizado, desanima pensar que todavía se incurre en descalificaciones fáciles e irresponsables con las que se acusa de cómplices de la guerrilla, cuando no  de terroristas, a algunos ciudadanos que se deciden a no tomar partido en la espiral de violencia.

Las Autodefensas del Magdalena Medio surgieron hacia finales de la década de los setenta, en el oriente antioqueño. Su creador y comandante, Ramón Isaza, era dueño de la finca La Estrella (Puerto Triunfo), desde donde armó a un grupo de familiares con el propósito de impedir su inminente secuestro a manos de la guerrilla de las Farc. Lo que comenzó como un movimiento de autodefensa, compuesto por campesinos, miembros todos de una misma familia, fue asemejándose cada vez más a la ofensiva paramilitar expansiva que azotaría posteriormente el país. Para mediados de los ochenta, el grupo ya no se limitaba a proteger las fincas de narcotraficantes y ganaderos, sino que también realizaba masacres, secuestraba y ocasionaba cuantiosos desplazamientos.

En la medida en que Isaza cedía el poder a sus hijos y sobrinos, la distancia que el antiguo jefe había pretendido guardar con respecto al narcotráfico se desvanecía. Atrás quedaban los días en que el grupo podía reivindicarse como autodefensa para así diferenciarse de los ejércitos privados del narcotráfico. Para 1990 el panorama en el Magdalena Medio era complejo. Una amalgama de grupos narcoparamilitares dirigidos por distintos comandantes, como Henry de Jesús Pérez, Ariel Otero, Ramón Isaza y Ernesto Báez, sembró el terror y arrasó con pobladores locales, organizaciones campesinas, investigadores y periodistas.

Que el ahora ex narcoparamilitar Gabriel Puerta no se arrepienta de haber entrado en contacto con las Autodefensas no es algo nuevo. Otros han dicho lo mismo y todavía hace carrera la idea de que el paramilitarismo era un mal necesario. De acá también la invitación a que se haga una diferencia entre patrocinar y colaborar con los grupos armados, como si ello cambiara en algo la realidad de las víctimas. Más allá de estas hirientes disquisiciones gramaticales, preocupa que la impunidad sea absoluta. Como lo denuncia la propia María Jimena Duzán en su columna  de  Semana, de los comandantes del Magdalena Medio que no han muerto ni Ernesto Báez ni Ramón Isaza han sido vinculados a la masacre. Este último, además, ha dicho que tiene Alzheimer y no le es posible recordar a sus víctimas. Imaginamos que ello también le impide arrepentirse.

Por El Espectador

 

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