¿Y cómo es él?: la primera semana del presidente electo

El Espectador
24 de junio de 2018 - 04:45 a. m.
Confiamos en que el presidente electo genuinamente tratará de hacer realidad su mensaje de inclusión y propósitos mínimos comunes, pero nos preguntamos si las fuerzas alrededor lo permitirán o quieren impedirlo. / Foto: Prensa Iván Duque
Confiamos en que el presidente electo genuinamente tratará de hacer realidad su mensaje de inclusión y propósitos mínimos comunes, pero nos preguntamos si las fuerzas alrededor lo permitirán o quieren impedirlo. / Foto: Prensa Iván Duque

En su primera semana como presidente electo de Colombia, Iván Duque Márquez ha mandado mensajes potentes de inclusión y propósitos amplios que nos unan a los colombianos, luego de una elección altamente confrontacional que terminó con la mayor participación nunca vista en la democracia colombiana. Sería muy conveniente que algunos de sus seguidores cercanos hoy en actitud de arrogante triunfalismo lo escucharan con cuidado y le colaboraran en ese propósito, y que quienes se han declarado en rebeldía le concedan al nuevo presidente el espacio necesario mientras se puede comprobar que la práctica coincide con el discurso.

Nada sería más productivo para el país en los momentos actuales, con un proceso de paz por desarrollar y pasada la agobiante confrontación electoral, que hacer realidad ese consenso en unos mínimos comunes que, garantizando las diferencias y la voz de las minorías, nos permitan avanzar. Mantenernos en la disputa ideológica y la descalificación cotidiana de quienes no piensan igual es permanecer en esta especie de patria boba que nada deja prosperar.

Claro, la larga y amarga campaña presidencial evidenció enormes diferencias de criterio entre los colombianos, algunas acaso irreconciliables. Pero también, y sobre todo, demostró que hay una ciudadanía activa y dispuesta a participar en la construcción de un país diferente, bien sea a partir de las iniciativas de las mayorías triunfantes o desde el control y la defensa de derechos de las minorías derrotadas. Desaprovechar esa fuerza vital sería un desperdicio imperdonable para los años por venir.

Esta primera semana de un nuevo gobierno en preparación no asegura, sin embargo, que esos buenos propósitos tengan el espacio suficiente, y eso preocupa.

Mientras el presidente electo a donde iba hablaba de inclusión y propósitos comunes, y con la mayor cordialidad era recibido por el presidente Santos en la Casa de Nariño para darle comienzo al empalme con un gobierno opositor, una senadora de su partido lanzaba sinuosas advertencias a la Corte Suprema por una supuesta acción judicial contra el expresidente Álvaro Uribe, que de una vez calificó como “represalia” por la llegada al poder de su candidato. Aparte de la no deleznable preocupación por cómo obtuvo la senadora información de lo que la Corte debate en sus deliberaciones internas, no serán este tipo de acusaciones temerarias, por no llamarlas amenazas, las que nos puedan llevar a la unión de propósitos que plantea el presidente electo. Mucho menos el insulto vulgar como respuesta a un debate de corte político, como sucedió también esta semana con otro senador del Centro Democrático.

Uno de los caballitos de batalla usados durante la campaña en contra del hoy presidente electo era la desconfianza por ser el elegido a dedo del expresidente Uribe y la posibilidad de que se convirtiera en una suerte de “títere” para plantear un Gobierno de corte poco institucional, de imposición más que de concertación, de persecución de la oposición y, sobre todo, con ánimo de venganza o de echar abajo los programas del Gobierno actual, comenzando por el más importante de todos: el proceso de paz con las Farc. El aplazamiento insólito de los debates para la reglamentación de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), a petición del presidente electo, revivió con toda razón estos temores y la idea de que, como en su momento copartidarios suyos lo prometieron, la intención real es “hacer trizas el Acuerdo de Paz”.

La confusión en que han quedado los colombianos esta semana es apenas entendible. Confiamos en que el presidente que se posesionará el próximo 7 de agosto genuinamente entrará a tratar de hacer realidad ese mensaje repetido y claro de inclusión y propósitos mínimos comunes. Es lo que el momento del país demanda. Pero nos preguntamos si las fuerzas alrededor lo permitirán o están en plan de impedirlo. Tanto las que lo rodean, que no parecen asimilar su mensaje o no lo aprueban, como las contrarias, que no parecen dispuestas a darle el espacio y la apertura mental para que pueda demostrar que su aspiración es genuina.

El llamado, pues, es a que dejemos respirar a nuestro nuevo presidente. Es algo que nos conviene a todos. Pero ante las señales encontradas desde su orilla, es justo también que él marque límites sobre lo que es y lo que no es aceptable. Cuanto más pronto lo sepamos, más factible será pensar en que esa unidad que pregona y que encontramos necesaria es factible.

Por El Espectador

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