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EE. UU. dividido

Danilo Arbilla
11 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

Al prepotente Donald Trump lo desplazó el veterano y algo desfalleciente Joe Biden. Cualquiera que fuera el resultado, los EE. UU. perdieron. Tampoco cambiará el sentimiento anti-EE. UU. que existe en buena parte del mundo. Republicano o demócrata, ello no incidirá. Alberto Fernández, Cristina Kirchner, Lula, Maduro, Ortega, los europeos en general y España en particular, todos votaron por Biden, pero no dejarán de lado su prédica antiestadounidense y antiliberal.

Estas elecciones norteamericanas, en tanto, han mostrado y confirmado algunas otras cosas dignas de poner en el tapete.

Hace unos años se decía que las diferencias entre los partidos Demócrata y Republicano eran similares a las existentes entre la Coca-Cola y la Pepsi Cola. Pero hoy está visto que no es así.

La primera potencia está dividida. Pero no alegremente dividida. Está partida al medio y como nunca la violencia campea. Todo hace prever que no va a menguar. Personas en las calles, cada vez más sensibles o manipuladas, mayor y más desafiante represión y una violencia latente que se adivina en esa mitad que votó a Trump, que no se refleja en las encuestas y que no se sabe cómo ni cuál será su grado y forma de expresión.

Estas elecciones a su vez implican otro fuerte golpe a la alicaída credibilidad de las encuestas. Estas mostraban a Biden como holgado ganador —hasta 14 puntos de diferencia— y una cómoda victoria demócrata en el Congreso: refuerzo de su mayoría en la Cámara y recuperación de la del Senado. Lo pronosticado dista de la realidad.

Un toque de atención para los encuestadores: la reacción y la conducta del público han cambiado y las “redes” deben estar influenciando en ello. Ya no responden tan espontáneamente. Hay otro riesgo: el de salirse de expertos en auscultar la opinión de la gente para transformarse en “superopinólogos”.

También constituye una advertencia para políticos y gobernantes que se manejan por las encuestas. Los que ahora, para peor, se han puesto a bailar, sumados jueces y fiscales, al ritmo que marcan las redes. Actuar según el grito de la tribuna, que solo es minoría activa —los que van a la cancha—, conspira contra los reales intereses de la gente, de la mayoría.

Feo lo de los medios de prensa y analistas periodísticos, en la misma tendencia que la encuestas. Es cierto que Trump, un enemigo entusiasta y declarado de la libertad de prensa, no merece ninguna consideración, pero la prensa debe tener presente que, cualquiera sea la circunstancia, el público siempre merece que se le respete. La credibilidad está en juego. Una prensa libre, independiente y profesionalmente honesta que deja de serlo atenta contra la democracia. Más que cualquier mandamás, siempre transitorio por más engreído, arbitrario y tiránico que sea.

Otro detalle interesante respecto a las elecciones en EE. UU. es la confusión en torno al sistema y en especial a esa discusión de si es verdaderamente representativo y si se respeta la intención del votante. Se dice y habla demasiado. En definitiva, los EE. UU. son una asociación de estados, con gran autonomía cada uno de ellos y sin importar el tamaño ni el número de habitantes-sufragantes de cada miembro, que resuelven conformar una unión federal. A partir de ahí consienten en nombrar autoridades y un jefe, coordinador o presidente pare manejar esa unión con facultades para aplicar normas federales que obligan a todos, porque todos han convenido que así sea. A ese coordinador lo podría elegir, por ejemplo, un Congreso de todos los gobernadores, por consenso o votando por diferentes postulantes. El voto popular, en tanto, se da en cada estado cuando escoge gobernador, representantes, senadores y a los electores para elegir el presidente, mecanismo este que contempla la cantidad de habitantes de cada estado y lo hace aún más representativo.

Lo que se aleja un poco de lo que hace a la esencia del sufragio universal es ese mecanismo del voto por correo, para lo cual existen distintos criterios y plazos según cada estado. La virtud del sistema del voto universal —una persona, un voto— está en respetar el sentir de cada uno en función de cómo le va, lo que nadie sabe mejor que él, la decisión individual expresada en un momento dado, único para todos, y hecha solo con su conciencia, de acuerdo a su saber y entender, en un cuarto secreto sin ningún tipo de presión.

Al votar por correo, con un mes de anticipación, puede llegar a votarse por un candidato que dejó de existir. Además, es muy difícil creer en un voto secreto, en una decisión individual y reservada de muchos miembros de una familia, por dar solo un ejemplo. Imagínese que en Venezuela se aplique ese sistema: decididamente todos los funcionarios públicos estarían obligados a votar por correo y los sobres los cerraría, les pondría la estampilla y los enviaría Maduro.

Lo dicho al principio. El resultado es malo para los EE. UU. Un Trump que no pierde esperanza y va a pelear, con viento en la camiseta, puede ser tremendo. Y Biden, con todos los problemas a enfrentar: ¿que va a hacer con la pandemia? ¿Confinamiento total? Va aumentar los impuestos: ¿más Detroits? ¿Más huida de capitales a México o China? ¿Y el tema del orden? ¿Más socialismo? Hum, como que le puede quedar grande.

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Atenas(06773)11 de noviembre de 2020 - 02:47 p. m.
Y Biden se ganó el concurso de cómo domar un baile de leones en medio de una carroña. Y eso de los "superopinologos" si q' le cae bien a este medio q' los tiene en desproporción mayúscula con su idoneidad, tantos mediocres q' no hacen uno solo bueno, y sus defectos y efectos después se los atribuyen a la pandemia.
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