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Ejercer o salvar la democracia

Ligia Galvis Ortiz
05 de junio de 2014 - 04:45 a. m.

Buena parte de los colombianos votamos no para ejercer, sino para salvar la democracia.

La debilidad de nuestro sistema democrático no resiste la expresión de nuestras ideas a través del voto programático, transparente, autónomo y libre. Vivimos las últimas décadas con la continua amenaza de un totalitarismo extremo que puede acabar con los últimos suspiros de esta democracia, afectada por carencias estructurales como la ausencia de sujetos verdaderamente democráticos; aún así todavía tenemos respiros ideológicos que los totalitaristas no pueden soportar. El voto de los demócratas de verdad defiende el pluralismo y la diversidad en las opciones ideológicas, sexuales y culturales, la igualdad y las diferencias entre los géneros, el ejercicio pleno de los derechos sexuales y reproductivos en condiciones de igualdad, la libertad para pensar y opinar sin miedo a los falsos caudillos.

Estos son temas fundamentales que deben estar en la agenda de los candidatos porque sin igualdad real entre hombres y mujeres, sin ejercicio pleno de los derechos y las libertades fundamentales, sin sujetos realmente conscientes de la importancia del voto, no hay democracia.

Al totalitarismo le interesa la guerra porque no puede aceptar una sociedad diversa que les dé cabida a los contradictores políticos que un día soñaron con un país distinto y hoy están permeados por prácticas de delincuencia organizada que tanto daño le ha hecho a este país. Las mentalidades guerreristas tienen un concepto frágil de la institucionalidad y por eso juegan con las instituciones del Estado y las manejan según su conveniencia. Las utilizan como cortinas de humo para esconder sus oscurantismos y carencias y ocultar sus reales propósitos de negación de la democracia. La presión de estas ideas totalitarias ronda por el país amparada por la incultura política que alimenta el negocio de los votos y la abstención, los dos males más significativos de la debilidad de nuestro sistema democrático. Dos tendencias polarizan el país: la totalitaria, que detrás de su discurso de democracia social esconde un guerrerismo continuado, y el modelo liberal desteñido en las ideas pero que garantiza la prioridad por excelencia para nuestra sociedad que es LA PAZ dialogada, LA PAZ concertada.

Necesitamos LA PAZ para construir un país en el cual todos podamos vivir con nuestras diferencias políticas, religiosas y agnósticas, étnicas y culturales; vivir la igualdad entre hombres y mujeres, y ejercer la democracia con dignidad y en libertad. Lejos están los candidatos de ofrecerle a Colombia un proyecto integral de país. En la primera vuelta nos mostraron el triste espectáculo de la deslealtad, la avaricia por el poder, las rencillas personales y la utilización de prácticas ilegales. Quienes añoramos una Colombia ecológica y de todos los colores, llegamos indignados a la segunda vuelta y acudimos a las urnas para salvar la democracia. No podemos hacer valer esta indignación, la ponemos entre paréntesis para salvar una institucionalidad carente de sujetos verdaderamente democráticos entre sus líderes y entre los electores que desconocen el valor real de los derechos políticos. Para salvar la democracia necesitamos votar por el proyecto que garantiza y avanza el proceso de paz.

Estamos obligados a votar en contra de las amenazas del totalitarismo, porque queremos que se viva la democracia con justicia social en todas las regiones del país, apoyamos la reelección del Presidente Santos, pero no firmamos una carta en blanco. Nuestras condiciones son que se firme la paz, que lidere la construcción del país que soñamos, el país que garantiza que la democracia sea un proyecto de vida que nace, crece y se vive en la familia, en la escuela, en el trabajo, en las calles y en los parques, en los campos y en las ciudades, en los municipios y en las metrópolis. Queremos un país con justicia oportuna en igualdad de condiciones y calidad de vida para todas las generaciones. Unámonos todos para ejercer esta vigilancia al voto que depositamos más por necesidad que por la voluntad libre y autónoma.

 

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