Ejercicios para poder nadar contra la corriente

Ignacio Zuleta Ll.
23 de abril de 2019 - 10:27 a. m.

Hemos producido una sociedad dispéptica, empachada, adicta al consumo indiscriminado de comida, estimulantes, noticias, redes, ruido, sexo, entretenciones…

Si no aprendemos a discriminar y minimizar lo que le suministramos al cuerpo y a la mente en esta era de consumo ciego y estímulos abrumadores, no encontraremos ni sosiego ni salud.

La indigestión de cuerpo y mente causada por los insumos tóxicos y desmesurados que el entorno ofrece se ha convertido en estrés pernicioso, en depresión disimulada, en adicciones socialmente toleradas. En el caso de la mente, la sobrecarga ha producido un bloqueo en el sistema nervioso limitado: los impulsos son tantos que la corteza nueva —la propiamente humana— no alcanza a transformar la exacerbación en experiencias valiosas y relega sus funciones superiores a las respuestas instintivas y efímeras del cerebro reptiliano; que es lo mismo que decir enfermedad y estancamiento evolutivo.

Hablar de discriminación, disciplina y temperancia suena fuera de tono en esta nueva religión del hedonismo en la que la gratificación inmediata es el gran dogma. Y como no es posible satisfacer en su totalidad los caprichos del cuerpo y de la mente, la frustración y el tedio son los pecados capitales, y la tolerancia a la frustración, un imposible. Vivimos así de pataleta en pataleta, esclavos de nuestra propia desazón y descontentos, para beneficio de los dueños de la feria.

Pero las sabidurías ancestrales, que para muchos suenan obsoletas, han proporcionado métodos sencillos para volver a ser dueños de escoger con qué y cómo nos nutrimos. La lista sería larga; sin embargo, algunas son sencillas, accesibles y pragmáticas.

Encabeza arbitrariamente la lista una virtud intelectual casi perdida: la discriminación, o selección consciente de lo que ha de entrar por los sentidos. Y están a su servicio la austeridad o simplicidad voluntaria en lo que se consume; el silencio, nunca bien ponderado como fuente de solaz y de creación; la lectura —que, a diferencia de los bombardeos de la pantalla, permite un tiempo humano y no electrónico para la asimilación y reflexión del contenido—…

La música adecuada funciona para muchos, pues con sus vibraciones organiza el funcionamiento neuronal y ordena el pensamiento. Ponderada desde siempre, Platón aduce que “el ritmo y la armonía hallan su camino hacia los lugares recónditos del alma”. Y acalla, asombra, nutre y engrandece.

Desde luego está la meditación (de ahí su auge para el manejo del estrés), que enseña a minimizar las pulsiones internas y externas para enfocar las facultades superiores de manera ininterrumpida y eficaz. Y su hermana la oración: no hablamos del plañido primitivo, sino de aquella realizada desde el sosiego que direcciona las emociones, con la mente lenta, encauzada y en contacto con energías más sutiles.

Y está también un antiguo remedio tan bueno para el alma como para el cuerpo, que no es muy popular en Occidente: el ayuno. En tradiciones tan disímiles como el hinduismo, el islamismo, el cristianismo y los rituales indígenas americanos —desde los aztecas hasta los huitotos pasando por los koguis—, esta ha sido la práctica para limpiar de escoria el cuerpo y purificar nuestras dotes elevadas. El ayuno simbólico, es decir, la abstención de atiborrarse de estímulos externos, cumple el mismo propósito.

En un momento de la civilización en el que el torrente nos conduce a la demencia colectiva y, si nos descuidamos, al abismo, toca nadar contra la corriente y retomar pequeñas disciplinas. Las agradecerán el organismo, la psiquis y, de paso, este planeta.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar