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El agradecimiento es nuestro

Santiago Montenegro
11 de agosto de 2019 - 07:52 p. m.

El pasado viernes, antes de detallar las conclusiones de la Misión del Mercado de Capitales, que él dirigió, el profesor Roberto Rigobón, del MIT, hizo uno de los preámbulos más conmovedores que jamás he escuchado. Frente al presidente Duque, el ministro de Hacienda y buena parte de los dirigentes de la economía, el profesor Rigobón contó que había llegado al mundo en uno de los barrios más pobres y violentes de Caracas, que era hijo de un taxista argentino, que apenas había realizado estudios de primaria, y de una costurera española, quien ni siquiera había terminado la primaria. Varios factores explicaban una parábola vital que, muchas décadas después, lo situarían a él frente a esa audiencia del hermano país. Primero, el amor y la decisión de unos padres por sacar su familia adelante, en un país que les abrió sus puertas y acogió también a centenares de miles de inmigrantes venidos desde diferentes partes del mundo. Porque Venezuela fue una sociedad abierta en donde, pese a sus innumerables problemas, con trabajo y dedicación era posible salir adelante y progresar. Segundo, porque Roberto Rigobón y su hermano lograron estudiar gracias al ahorro de sus padres y con empréstitos del sector financiero. Pero el tercer gran mensaje del profesor del MIT estuvo referido a Colombia. Dijo que tenía que aprovechar la oportunidad de hablar frente a esos testigos de excepción, encabezados por el jefe del Estado, para agradecer a nuestro país. Todos los venezolanos, afirmó, estaremos eternamente agradecidos con Colombia por haber abierto sus puertas para acoger a centenares de miles de venezolanos, obligados a tomar el camino del exilio para poder sobrevivir y escapar de las consecuencias abominables de un régimen dictatorial. Porque en Venezuela, dijo, sabemos lo que es acoger a los inmigrantes extranjeros, porque es parte de mi historia personal, quiero darles las gracias desde lo más profundo de mi corazón. No exagero al decir que, como respuesta, pocas veces había escuchado un aplauso más largo y atronador. Quizá porque tocó unas fibras muy sensibles de nosotros.

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