El año de Sergio Fajardo

Alejandro Reyes Posada
31 de diciembre de 2017 - 03:00 a. m.

En El poder de la decencia, el libro publicado por Editorial Planeta, Sergio Fajardo se presenta como un privilegiado por haber tenido educación de alta calidad y por haber podido servir a su ciudad y su departamento como alcalde y gobernador, gestiones que lo calificaron como el mejor del país en sus respectivos períodos, según sus habitantes. La lectura del libro permite entender las claves del éxito de su forma de hacer política y de gobernar, que están relacionadas de manera estrecha. Como dice Fajardo, el que paga para ganar, llega para robar. Por eso Fajardo es un político insólito, porque no gana elecciones con base en componendas con gamonales, contratistas y compradores de votos, sino a pie, recorriendo barrios y veredas, escuchando mucho y prometiendo poco, para que quienes ganen sean los ciudadanos, que finalmente son quienes gobiernan en su propio beneficio. Esta forma de hacer política se funda en la construcción de confianza entre los gobernantes y la gente y restablece la noción original del servidor público, lejos del aprovechador de lo público, que domina el actual escenario y busca obtener rentas personales del ejercicio del poder.

Fajardo no es un iluminado que saca del sombrero de mago todas las soluciones, porque esa forma de caudillismo niega el poder de la gente para crear consensos que marquen la ruta del futuro, que es el verdadero poder. Por eso Fajardo pone más énfasis en los medios, idea que condensa en su fórmula de que los medios justifican los fines, al revés del lugar común de quienes quieren legitimar cualquier crimen con la nobleza de los ideales que persiguen. Un medio torcido daña irremediablemente cualquier resultado de política que se busque.

El reino de los medios oscuros es la corrupción, y Fajardo ha usado antídotos eficaces contra ella. No divide el mundo entre honestos y corruptos, y por eso tampoco emprende cacerías de brujas para satisfacer el morbo de las galerías. Tampoco piensa en la categoría de amigos y enemigos, que conduce a la simbiosis entre la política y la guerra. Se preocupa más de los contextos en que se toman las decisiones, la consulta con todos los interesados y la validación social de los cambios que se busca conseguir. Entre mayor la participación de las comunidades en el gobierno, menos corrupción y mayor eficacia del gasto público.

En un notable ensayo titulado “Instituciones para un crecimiento de alta calidad: qué son y cómo conseguirlas”, Dani Rodrik (2000) tiene una idea de fuerza muy potente cuando afirma que la democracia es una meta-institución para crear buenas instituciones, y aboga por los sistemas políticos participativos como los más eficaces para un crecimiento de alta calidad. Rodrik distingue dos aproximaciones sobre cómo crear buenas instituciones: la primera es seguir los protocolos y modelos exitosos de países avanzados para adaptarlos al país, en la que dominan los expertos y asesores extranjeros, y la segunda, que él prefiere, es la agregación del conocimiento local para buscar los arreglos institucionales que se adapten a las condiciones y experiencias de cada contexto territorial.

La tarea del futuro, superado el conflicto armado, será la construcción de instituciones libres de corrupción para integrar los territorios y poblaciones de la Colombia olvidada, y la recuperación de la confianza y la creatividad del pueblo colombiano, que descansan en el respeto por las personas, sus capacidades, sus valores, sus miedos y sus sueños. Esa tarea requiere un liderazgo de alta calidad, que solo puede asumir quien busca el poder para servir al país y no para servirse del país para su grandeza personal. Por eso creo que el 2018 será el año de Sergio Fajardo, para bien de Colombia.

 

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