El apagón

Aura Lucía Mera
16 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

Piso 18. Me dispongo a escribir la columna sobre otro tema, cuando siento que el aire acondicionado se apaga y la luz del cuarto también. El cielo de Manhattan se oscurece lentamente... Momentos antes escucho el sonar inconfundible de ambulancias y carros de bomberos.

Me comunico con mis nietos que están en el piso 11. Me cuentan que no se sabe muy bien qué pasa. Que el West Side se ha quedado sin luz y que es mejor permanecer en los cuartos.

Entro en pánico. Les ordeno bajar las escaleras lentamente y encontrarnos en la calle. Meto rápidamente en la cartera el pasaporte, los dólares, la tablet, el cargador y salgo al corredor oscuro como la boca del lobo. Otra señora se asoma a la puerta de su cuarto y empezamos a bajar los 18 pisos por las escaleras de emergencia, estrechas y empinadas.

A medida que bajamos, otros huéspedes de diferentes edades y etnias se nos unen. Yo bajo despacio.

Me duele la cadera. Los que están detrás de mí refunfuñan; me importa un bledo. Tengo mi propio ritmo y qué. Llegamos a la calle. Ya mis nietos están en la acera.

Me tiemblan las piernas. No sé si del estrés o del descenso. Me siento en una tabla de una construcción. Observo caras desorientadas tratando de averiguar qué pasa. Una tripulación de Air Europa que acaba de cruzar el Atlántico y cualquier cantidad de pasajeros en el andén, agotados, sin poder entrar al hotel, que está totalmente sin luz y no funcionan ascensores, escaleras automáticas ni nada. Asiáticos, latinos, italianos, franceses, empleados de restaurantes, peatones comunes, nos miramos con cara de pregunta sin respuesta. Se ha apagado de sopetón todo Broadway, el suroeste y la profunda noche se acerca.

Escuchamos que el este de Manhattan sí tiene luz. Agarramos un taxi y nos dirigimos hacia un parque en la Quinta Avenida. Parece irreal lo que estamos viviendo. Un lado de la avenida pertenece al West y está en tinieblas, y el otro lado es el East y está iluminado, con semáforos, restaurantes abiertos y el ritmo desenfrenado de esta ciudad que jamás duerme. Hablo con un hijo que acaba de aterrizar y sigue atascado dentro del avión porque no les dan plataforma. A las aerolíneas latinas las siguen tratando como basura.

Decidimos buscar un hotel. Nos informan que el apagón puede durar horas. Los hoteles del East se empiezan a abarrotar. Cientos de turistas buscan dónde dormir. Reservamos uno y casi a medianoche nos podemos acomodar. Surrealista. Aterrador. Los recuerdos del 11 de septiembre se dibujan en los rostros. Las noticias no reportan ninguna información oficial. Solo que es el día exacto del famoso apagón de los años 70 cuando toda la ciudad se quedó a oscuras.

La realidad es que miles de seres quedan atrapados en ascensores y metros durante horas. El sonar de ambulancias y bomberos no cesa. El tráfico caótico. El miedo corre por las venas. Ya en la madrugada llega la electricidad. Descartan un atentado terrorista. Las dudas persisten. Acabamos de regresar al hotel original, con cierto temor de tener que bajar los 18 pisos de nuevo.

Una experiencia extraña, que no estaba en la agenda. Las especulaciones siguen. ¡Algún día sabremos qué sucedió!

Posdata. Por acá nadie tiene ni idea de quién es Santrich, Arias, ni Duque, ni dónde queda Colombia. Y nosotros seguimos enredados en la noria, dedicando titulares de prensa y noticieros de parroquia. Qué tristeza. Atascados como corcho en remolino. ¡En fin!

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