El arte de saber perder

Isabel Segovia
11 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

El Mundial de fútbol le cambia la atmósfera al ambiente, que se ha vuelto especialmente grata desde que Colombia participa y juega bien: todos estamos con la camiseta puesta. Gracias al desempeño de nuestra selección, casi ni nos damos cuenta de que elegimos nuevo presidente y, si hubiéramos pasado a cuartos de final, ni nos percataríamos de que seguimos en guerra, una guerra distinta, pero si nos descuidamos, igual a la de siempre.

La manera como asumimos los resultados del Mundial demuestra que a los colombianos, frecuentemente, nos falta una habilidad fundamental para progresar: saber perder. Somos una sociedad con actitud de perdedor que no sabe perder. Después del partido contra Japón, mi hija, de siete años, llegó del colegio a contar que sus amigos decían que el árbitro estaba comprado; perder no tenía nada que ver con que tal vez nos equivocamos de planteamiento, o jugamos mal, o simplemente la suerte no estuvo de nuestro lado, porque siempre alguien más es el culpable. Pobres nosotros, siempre perdedores.

Al terminar el encuentro contra Inglaterra, mi hija, cansada por el sufrido y largo partido, lloró desconsoladamente y afirmó que no quería nunca más ponerse la camiseta. Difícil aclararle que jugamos bien y que perdimos con dignidad. Sin duda hubo un pésimo arbitraje, pero el juez es parte del juego, se jugó y nos vencieron; toca avanzar y aprender. Pero lo que no pudimos explicarle es que Colombia sí había perdido de verdad: horas antes, durante y después de ese partido, líderes sociales y campesinos fueron brutalmente asesinados, como en aquellas épocas, hace poco, cuando Colombia estaba en guerra contra sí misma y el fútbol mediocre la anestesiaba.

Sin embargo, no somos el mismo país de entonces, la selección es profesional y da excelente resultado, existe un acuerdo de paz, las Farc, como grupo guerrillero, desapareció, y los vacíos de poder y el control territorial se encuentran en disputa. La sociedad está dividida, entre otras cosas por nuestra limitada capacidad de saber perder. En el plebiscito, con la derrota del Sí, sin duda perdió el país y se perdió la oportunidad de sepultar la guerra con una contundente manifestación en su contra. Pero los que perdimos no supimos asumirlo, no quisimos entender el mensaje de los que votaron No. Pocos esfuerzos se hicieron por comprender a ese grupo inconforme que ganó. Ellos, por su parte, tampoco supieron ganar. Siendo solo una pequeña mayoría, tal vez mal representada, sintieron que podían arrasar con lo construido hasta el momento, y resentidos por sentirse irrespetados ante su victoria, se radicalizaron aún más.

Al final, perdimos todos, y por eso llevamos, desde la firma del Acuerdo de Paz, más de 300 líderes sociales asesinados, colombianos que han sido liquidados por pensar diferente a los antiguos dueños de la guerra en cada territorio. El país polarizado entre los del sí y los del no, entre uribistas y petristas, entre los de derecha y los de izquierda, se está convirtiendo en el país de siempre: el de los seguidores de Bolívar y los de Santander, de liberales y conservadores, de capitalistas y comunistas, y, si esta vez no aprendemos a perder, se recrudecerá la guerra nuevamente y volveremos al país donde los que no deben pagar terminan pagando, porque como bien lo describen los africanos: en pelea de elefantes, el que pierde es el pasto.

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