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El bambú que se pliega resiste a la tormenta

Ignacio Zuleta Ll.
03 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

La queja cotidiana de pandemia: ¡Qué cansancio! ¡Estoy exhausta!, y así por el estilo. Y es normal. La situación es una devoradora de energía, aquí y en Nueva Delhi, en Londres y en Santiago. La especie lucha, como es lo natural, por adaptarse. Pero la situación, aunque incrementa los pensamientos negativos que son parte del procesamiento de los datos que hacemos de la vida, también trae sus novedosas maravillas.

Por el momento las emociones tóxicas ocupan un espacio considerable de mente y emociones. Hay dificultad para concentrarse, pesimismo, desconcierto. El cuerpo se despista y se rompen los ciclos: hay insomnio y un rechinar de dientes que fractura las resinas y acaba con las muelas. La incertidumbre —que es una bendición enmascarada— quiebra las expectativas y nos confronta con los verdaderos dueños de nuestro destino, que no son propiamente el “yo decreto” al que nos habíamos venido acostumbrando. Como la sociedad de lo inmediato en que vivimos es alérgica a la paciencia y está mal entrenada para aceptar las frustraciones, asoma el pánico natural de no estar en control de lo que pasa. Y así: ¿cuál energía?

Además, en la realidad escueta, quienes detentan el dudoso privilegio del teletrabajo tienen dificultades para mantener horarios fijos pues se borran los límites entre la vida personal con sus jornadas de cuidados de la casa, la familia, la cocina, y la implacable realidad laboral que acecha en la pantalla. Llevan del bulto especialmente las mujeres que trabajan en sus confinamientos obligados. Con tres jornadas mínimas al día, no hay Código Sustantivo del Trabajo que las proteja de la sobrecarga y el agobio. Ante la carencia de una urgentísima renta básica universal a la que este gobierno le hizo el quite y se lo hará aun cuando la sindemia nos encierre nuevamente, quien no tiene el sustento asegurado se pone un tapabocas de confección casera y sale al fatigante rebusque del semáforo o a ofrecerse a la explotación de un patrón circunstancial que, abusando de las leyes del mercado, puede darse el lujo de regatear un jornal infrahumano y miserable. Y échele a la peste la culpa de los muertos. ¡Ay, qué cansancio, físico y político!

Pero la pandemia también aporta beneficios. Destapa las desigualdades dolorosas, como es obvio, y es en potencia un factor de cambio fundamental para el planeta: después de ver la segunda ola europea de contagios que los agarra sorpresivamente de sorpresa… esa parece ser su razón de ser más evidente pues ocurrirá cuantas veces sea necesario para sembrar la necesidad de los cambios aunque sea bajo la férula del miedo.

Los acontecimientos nos dirigen a mirar esas realidades hacia afuera pero nos obligan sobre todo a mirar hacia adentro, a buscar el propósito, a recobrar el contacto con la esencia y preguntarnos por el sentido de estar vivos. La amenaza desnuda los propósitos vitales en una cirugía sin anestesia, dolorosa y deprimente, cuya adecuada convalecencia puede conducir de nuevo a la salud renovada del espíritu; porque la angustia es una fuente inexplorada de creatividad y resiliencia a la que en general solamente se acercaban los valientes y los santos. Los recursos ocultos hacen su aparición bajo la suficiente presión de las hostilidades del entorno sin las cuales habrían quedado infecundos y latentes; hay un cambio de piel, un tiempo de capullo para pasar de gusano a mariposa.

La incertidumbre vuelve a su sitio verdadero como condición esencial de la existencia, sin los cómodos y siempre endebles andamiajes. No tenemos el control, la ciencia no es un dios omnisapiente y, oh desconcierto, ni siquiera Google tiene la respuesta. Y como no sabemos qué pasará mañana, no hay más sabiduría que la antigua máxima de vivir en el presente, cada día con su afán confiando en Dios, soltando nuestras expectativas ilusorias sin esas poses de un machismo burdo que cree dominar esta creación, para regocijo del cosmos infinito que se ríe compasivo de nuestras infantiles pretensiones. Es mejor ser un humilde bambú que se pliega a la tormenta, que un roble derribado con estrépito desde la misma raíz de su arrogancia.

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Atenas(06773)03 de noviembre de 2020 - 11:45 a. m.
Y en la resiliencia del bambú, o del junco como le llaman en España a otra similar especie, estriba la fortaleza de la especie. Y más duras pruebas de ello ha habido, la primera mitad del siglo XX en Europa,con guerras y peste y 140 millones de muertos, sus efectos en el mundo, y seguimos. Admirables. ¿Y tamb. vos abogas por la diletante renta básica universal? ¡ camino de sembrar pereza!
Javier Dairo(17568)03 de noviembre de 2020 - 10:51 a. m.
ACERTADA, PRECISA Y CONTUNDENTE COLUMNA, No. obstante Cocientes de que estamos en tiempos de: La KGB,La Gestapo, El III Reich, o sea en LaCosaNostraColombiana del Exsenador y ExpresidarioAUV toca, ESPERAR, no salgan los: Tontos de Capirote Mal Pagos Operarios de la BODEGUITAFURIBESTIA a Insultar y tergiversar la OPINIÓN y COMENTARIOS cierto Señores del DEMOCRÁTICO FORO?.
Juan(23820)03 de noviembre de 2020 - 08:01 a. m.
Qué buen escrito. Gracias por el recordatorio, Ignacio.
  • Javier Dairo(17568)03 de noviembre de 2020 - 10:58 a. m.
    ENTENDI BIEN, HABLANDO EN PLATA BLANCA,El Columnista SE REFIERE En el Pie de Pagina Dicho, SE TRATA DE un tal, "MATARIFE, el Genocida Innombrable", hoy TitiriteroAUV, Exprisionero De AUTOS y,Exsenador Impuesto por LAS MAFIAS, descendientes del NarcoParaTerroristaPABLOESCOBARGAVIRIA,cierto que sin lugar a Dudas de él se trata compañeros y amigues de este DEMOCRATICO FORO?.
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