El blanco: mujeres y líderes sociales

Beatriz Vanegas Athías
12 de febrero de 2020 - 05:00 a. m.

Angie Paola, Manuela y el victimario Argemiro Urrego estaban en un bar tomando con unos amigos. En ese mismo lugar él le pegó un puño en la cara a Angie y su amiga Manuela intervino para ayudarla. Todo quedó grabado en cámaras. Los presentes en el sitio iban a llamar a la policía, pero Angie dijo que no y se retiraron. Escribo sobre Angie Paola Cruz Ariza y Manuela Betancourt Vélez alumnas de Trabajo Social y Licenciatura en Español y Literatura, respectivamente, que fueron apuñaladas 18 y 14 veces, respectivamente, por el novio de Angie Paola. Tras lo sucedido ningún miembro de la casa donde vivían las estudiantes llamó a la policía. La llamada fue hecha por un muchacho cercano a Urrego a quien este llamó luego de cometidos los dos feminicidios.

De acuerdo con la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional, estas muertes se suman a la de una estudiante de la Licenciatura en Biología de la Universidad Pedagógica Nacional sucedida el pasado 28 de enero y cuatro feminicidios más en lo que va del año, y a los 11 casos reportados en 2019. Por su parte, la escuela de idiomas de la que era estudiante Manuela Betancourt manifestó su “consternación”. Es coherente que la Escuela de Idiomas de la Universidad Industrial de Santander manifieste su “consternación”, en lugar del “rechazo tajante” que no aparece. Es coherente, digo, porque desde hace dos décadas protege a profesores depredadores que acosan y matan de alguna manera a las jóvenes estudiantes de Literatura. Ojalá que la justicia que se clama al final del comunicado empiece por casa y la indignación y los debates no se centren en reclamar porque los colectivos femeninos y los estudiantes ensucian las paredes de la Escuela en sus protestas, mas no se mencione la existencia del acoso.

Estas actitudes perpetúan la naturalizada desconfianza hacia la mujer y más hacia la que crea un discurso, es decir, con los colectivos feministas que defienden a quienes son víctimas de los hombres. Y se sabe que los hombres no necesitan inventarse, ellos tienen el camino abierto desde que nacen para ser escritores, maestros, ingenieros, médicos. En tanto que la mujer necesita reinventarse y defenderse como pueda para no ser considerada una impostora que se invisibiliza (muerte académica y literaria) o se mata (muerte física) o se confina y destierra (labores domésticas y tradicionales). Por ello, al cierre de esta columna (9 de febrero), había posibilidades de que trasladaran a Argemiro Urrego a la cárcel de Palogrdo de Girón, pero, de acuerdo al informe del Equipo Jurídico Pueblos, el Juzgado 13 de Garantías de Bucaramanga varió la imputación del crimen cometido por él, de feminicidio a homicidio respecto a Manuela Betancourt Vélez.

Esta tipificación representa, según Gina Liz Pineda, fundadora del Observatorio Ciudadano de Feminicidios de Santander, la consolidación de un clima de impunidad; la denegación de los derechos a la verdad, la justicia y la reparación (al invisibilizar las razones de género en el asesinato de Manuela no hay verdad, y sin verdad no hay justicia ni reparación); la ausencia de perspectiva de género en las decisiones del juez al obviar un evidente feminicidio como el ejecutado en perjuicio de Manuela, y la comunicación de un mensaje dirigido a la sociedad según el cual la violencia feminicida es tolerada, no se investiga, ni se persigue, ni se sanciona, alejándose del derecho a la no repetición y perpetuando la creencia relativa a que la vida de las mujeres no tiene valor.

Coletilla. Rehuir y eludir el término feminicidio es un acto leguleyo infame, semejante a desconocer y pugnar por estigmatizar la expresión “líder social”. Por ello hoy, en este país con la guerra renovada, el blanco son las mujeres y los defensores de la tierra.

 

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