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El bosque vacío y las cabezas huecas

Ignacio Zuleta Ll.
09 de febrero de 2021 - 03:00 a. m.

Ya era hora de que hubiéramos aprendido lo que la ciencia moderna pregona a voz en cuello y las doctrinas espirituales ya sabían: somos parte del todo; somos un organismo, una casa común, estamos conectados y la omisión o acción de cualquiera de los eslabones de este ciclo repercute en todos los demás. De no atender a esta verdad tan evidente —que se diluye en la codicia, la ignorancia y el egoísmo de esta civilización neoliberal— pasaremos de la crisis climática a la extinción por sed, contaminación, enfermedades huérfanas y nuevas pestes que ya no son un asunto literario, sino esta realidad cotidiana y dolorosa.

La premisa de que la vida es un organismo indivisible es la base de la teoría que propone que el COVID-19, como el ébola, es un virus de transmisión zoonótica y su causa principal sería la destrucción del entorno de la biósfera. En un artículo de la revista del CIFOR, un centro internacional para el estudio de los bosques, nos recuerdan que si deforestamos, o si reforestamos sin tener en cuenta las especies interdependientes que habitan ese nicho y dejamos un “bosque vacío”, cazando o extinguiendo a los animales de estas selvas y bosques de manera indiscriminada, “el balance entre los patógenos y sus huéspedes se altera hasta el punto en que los virus y las bacterias que causan enfermedades pueden saltar entre diferentes animales e incluso a los humanos”.

Es decir que el problema no se limita a perder la prodigiosa biodiversidad y cultura de una selva —equivalente a perder un pulmón y un hemisferio— ni a la desaparición de las ballenas jorobadas, ni al calentamiento del globo que ya se hace sentir en la fuerza de sus huracanes, nevadas, inundaciones, sequías y tormentas, sino que además “el número de enfermedades infecciosas que se transmiten de animales a humanos está en aumento”. ¿Acaso no lo vemos y sentimos diariamente?

(Lectura recomendada: Hasta 850.000 virus desconocidos en aves y mamíferos podrían dar el salto a los humanos)

Aquí en el platanal el remedio suele ser como el cuento del pendejo que al encontrar a su mujer siéndole infiel en el sofá, vendió el sofá. El nuevo ministro de Defensa, por ejemplo, incluye con sutileza demagógica en su “programa” la protección de las selvas y los bosques, pero a punta de bala y de violencia; cuando sabemos que las verdaderas causas de la deforestación —el 90% “ilegal”— son la desigualdad escandalosa en la tenencia de la tierra, la fallida política prohibicionista de la “guerra” contra las drogas y la economía extractivista a gran escala. No se trata solo de unos malhechores que por órdenes oscuras (aplica a los paracos) destruyen el entorno, sino del hambre escueta cuando una distribución vergonzosa de la riqueza propiciada por los mismos dueños de un Estado cada vez más facho, obliga al colono y al indígena, a los colombianos del común, a convertirse en raspachines de su pancoger.

En eso están pensando en estos días los alcaldes y la comunidad del Catatumbo enfrentados a la fumigación de la zona con el veneno defoliante glifosato: en que una decisión centralizada puede dejar al campesino en la miseria, desplazarlo, enfrentarlo a la fuerza pública, abandonarlo entre dos fuegos y no ofrecerle en cambio la solución, la única decente, contemplada en los Acuerdos de Paz que insisten sabiamente en la sustitución voluntaria y concertada de cultivos y una reforma agraria entre otras cosas. Los majaderos venden el sofá mientras vociferan con sus armas y los que pagan son las comunidades rurales y desde luego el entorno natural; pues sólo los gobiernos no parecen darse cuenta de que erradicar “los cultivos” a las malas en un sitio es obligar al hambre a talar en otro bosque, que quedará expoliado o vacío y engendrará más pestes. Podríamos llegar a tener el dudoso privilegio de que el virus de la próxima pandemia surgiera en estas tierras.

 

Alberto(3788)10 de febrero de 2021 - 12:35 a. m.
Excelente columna. Tal cual. Gracias, Ignacio Zuleta.
ALBERTO(84624)09 de febrero de 2021 - 04:49 p. m.
Esa, INCULTURA, de arrasarlo todo, no cambiara mientras no haya conciencia y educación de la sociedad en general. La ambición desmedida y la constumbre de acabar con los recursos naturales, son resultado de la ignorancia unas veces, y de la pobreza otras tantas.
Pedro(nkhgy)09 de febrero de 2021 - 08:58 p. m.
A este farsante le duele que le destruyan las casi 300 mil hectáreas de mata de coca de su papi Santos y su socio "Timo". Qué vaina. El degenerado no menciona que él y su familia a diario se TRAGAN el Glifosato con el que TODOS los paperos criollos fumigan sus cultivos de papa. Porque es LEGAL, excepto para los cultivos de Santos y "Timo". ¿Sabían eso? Obviamente NO. Sigan comiendo cuento.
Mar(60274)09 de febrero de 2021 - 03:51 p. m.
Por eso no creo en Dioses, cómo pueden dejar que ocurran tantas cosas tan atroces como pasan en Colombia y en el mundo? ni siquiera les hacen ajuste de cuentas a sus "representantes", como si ya no tuviéramos suficiente corrupción como para que dioses inventados funjan a su vez de cómplices y de pusilánimes, siempre hay que estar muy enyerbado para tragarse esos cuentos.
Julio(83619)09 de febrero de 2021 - 03:46 p. m.
Ante este columnista me quito el pelo'eguama.
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