El buen hijo

Aura Lucía Mera
19 de junio de 2018 - 03:00 a. m.

No sé por qué le dicen así... Lo he leído en varios medios de comunicación... Tampoco sé qué mérito tenga el serlo... Por lo general se espera que los hijos sean buenos hijos, aunque a veces salen rebeldes y tarambanas… Pero, en fin, este buen hijo es ahora el presidente electo de Colombia, quien llegará con su séquito a la Casa de Nariño el 7 de agosto, pisando firme la alfombra roja.

Faltan dos meses. Ya muchos están descrestados con su primer discurso, lleno de lugares comunes, como si estuviera en campaña, y los oyentes, muy agradecidos por “su tono amable y conciliador”. Faltaría más que estuviera emberracado. Fue escogido y fabricado con mucho esmero, como esos muñequitos de mazapán que elaboran en Calderón, un pueblito indígena al norte de Quito.

Vamos a ver qué pasa después del 7 de agosto. Por ahora no trago entero. La mazamorra viene detrás, y ni se van a quedar calladitos ni van a permitirle que haga lo que le dé la gana.

Le va a tocar cuesta arriba. En su discurso ni siquiera mencionó a su contendor. Como si esos ocho millones de votos no existieran. Grave error. Un buen hijo no comete esa clase de errores. No dijo nada profundo ni contundente... A lo mejor este mes y medio le sirva para tomar un curso intensivo de la realidad colombiana.

Sin que me entusiasme mucho santo Tomás, estoy con él en eso de “ver para creer”. Colombia vive uno de los momentos más cruciales y delicados de su historia y sólo el tiempo mostrará realmente la carta de navegación de este buen hijo, que toma por chiripa el timonel. Ojalá sepa soltarse de ataduras, izar velas nuevas, buscar vientos propicios y sortear temporales, icebergs traicioneros, bajamares, cantos de sirenas y calmas chichas que sólo presagian tempestades.

El gobierno de Juan Manuel Santos cambió el país. Duélale al que le duela. La dejación de armas de las Farc es un hecho irreversible. Una realidad que no tiene reversa. Colombia no quiere más sangre. No quiere revanchas ni venganzas. Quiere aprender a vivir en paz. Tener más oportunidades laborales. Más educación. Más equidad. Respeto por la diversidad sexual. Libertad de expresión. Conocer la verdad. Seguir los derroteros que nos marcó claramente el presidente Santos, y no dar ni un paso atrás.

Los que votamos en blanco y los que votaron por Gustavo Petro y los políticos que se retiraron para conservar su dignidad no nos vamos a dejar meter gato por liebre. Ni las vivianes, ni los ordóñez, ni los popeyes, ni los fundamentalistas uribistas podrán patrasear lo logrado.

Iván Duque, el buen hijo, tiene la enorme responsabilidad de soltarse de sus tutores y tomar decisiones firmes. Rodearse bien. Espantar áulicos. Cuarenta millones de colombianos estaremos vigilantes. Ganó las elecciones la democracia. Pero el nuevo presidente tiene que demostrar con sus actos que es el mandatario que el país se merece y no simplemente el buen hijo, elegido por una coyuntura histórica y una estrategia fríamente calculada. Con ser simplemente un buen hijo no se logra nada. Los hijos tienen que aprender a volar solos, a trazar sus caminos y sus propias metas... no seguir amarrados a los faldones parentales, sin que eso signifique que no los sigan queriendo.

Amanecerá y veremos. Mis respetos a Robledo, Galán y a todos los que no se plegaron a la corriente. Respeto por las palabras de Rodrigo Londoño: “Es momento de la grandeza y la reconciliación. Respetamos la decisión de las mayorías y felicitamos al nuevo presidente. Ahora a trabajar. Los caminos de la esperanza están abiertos”.

 

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