El cambio de nombre

Cuando, en 1943, Pablo Neruda visitó Colombia por invitación del presidente López Pumarejo, Laureano Gómez atacó al poeta chileno llamándolo no por su nombre literario, sino por el de pila, que jamás usó: Neftalí Ricardo Reyes Bazoalto.

Eso le costó caro al político colombiano, porque Neruda le dedicó los Sonetos punitivos, llamándolo desde “sátrapa triste y rey advenedizo”, hasta “emperador de cuarto piso”. El incidente lo recordó hace unas semanas el librero Álvaro Castillo en una conferencia en la Casa de Poesía Silva.

Similar controversia se ha suscitado recientemente por una señora que optó por cambiarse su nombre de pila, de pila bautismal, dejar de ser Lizarazo García y pasar a ser Spinger von Schwarzenberg, que ella considera más sonoro. Si esa variación la hubiera intentado antes de 1988, es posible que aún no habría concluido el trámite y con seguridad mantuviera sus apellidos originales y hasta le habría tocado firmar su tan controvertido contrato como Lizarazo García. Antes, para ese cambio, se requería ir ante juez y someterse a los interminables trámites judiciales. Como superintendente de Notariado y Registro en el gobierno de Virgilio Barco, me correspondió colaborar en la redacción del decreto 999 de 1988, que simplificó ese trámite, para que se hiciera ante notario.

Desde entonces cualquier persona puede ir ante ese funcionario para sustituir, rectificar, corregir o adicionar su nombre para fijar su identidad personal, sin necesidad de llevar documentos, testigos, curas y ningún contrato. Por eso, hace unos años, un señor muy aficionado al fútbol fue ante un notario de Medellín para cambiarse su nombre y ponerse Deportivo Independiente Medellín. El notario, tratando de disuadirlo, le dijo que eso no se podía porque ese era el nombre de un equipo y no era propio de una persona.

“No me venga con eso, por ahí la prensa habla mucho de un señor muy importante que se llama Júnior Turbay. ¿Y por qué él sí puede llamarse como el equipo de Barranquilla?”.