El camino lento hacia un cisma del catolicismo

Columnista invitado EE
22 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

Por Ross Douthat
Hace algunos años, cuando era más joven y era más fácil que algo me causara inquietud, escribí una serie de ensayos sobre la labor liberalizadora del papa Francisco en los que sostenía que las decisiones del sumo pontífice podrían llevar a un cisma dentro de la Iglesia católica. En aquel momento, mi argumento fue criticado por católicos de las dos facciones teológico-políticas de la Iglesia. Los católicos liberales me acusaron de histeria, deslealtad o ambas cosas. Los católicos más conservadores insinuaron que estaba transfiriendo ansiedades de mi infancia protestante al ámbito más firme de la fe católica.

Pero en el séptimo año del pontificado de Francisco, aquellas ansiedades “protestantes” se vislumbran por doquier en las discusiones sobre temas católicos, y tanto liberales como conservadores están usando demasiado esa palabra que comienza con “c” para describir los acontecimientos que no les agradan.

Gracias a una pregunta de mi colega Jason Horowitz, el mismo papa opinó al respecto hace poco, diciendo que “siempre ha habido una opción cismática en la Iglesia, siempre”. Eso lo demuestra tanto la historia reciente como la más lejana, los pequeños cismas tras los Concilios Vaticanos Primero y Segundo, así como las grandes rupturas de los siglos XI y XVI. En todos esos casos, afirmó Francisco, el cisma era más bien “una separación elitista que surgía a partir de una ideología ajena a la doctrina… así que rezo por que no haya cismas, pero no les tengo miedo”.

Esa formulación del papa sirve muy bien para entender lo que las distintas facciones católicas piensan que está pasando ahora. Cuando los liberales hablan sobre cisma, tienen en mente las actividades del ala conservadora de la Iglesia en Estados Unidos, la cual creen que está comprometida con una “separación elitista” motivada por el dinero y la ideología de derecha que busca deponer a Francisco (el golpe principal ha sido la carta escrita por el exnuncio apostólico Carlo Maria Viganò, en la que aseguraba que el papa era cómplice de un encubrimiento de abuso sexual), a la vez que coquetea con narrativas que se acercan mucho al sedevacantismo (la creencia de que el papa en funciones no es un papa válido).

El espíritu anti-Francisco que impera en el catolicismo estadounidense era el “cisma” sobre el que mi colega de The Times preguntaba, y está claro que es un tema que le preocupa al círculo más allegado a Francisco. Sin embargo, al mismo tiempo, a los católicos conservadores les preocupa que se esté llevando a cabo una “separación elitista” distinta: una liderada por teólogos liberales y financiada con dinero alemán, la cual busca llegar a una especie de evolución episcopal en asuntos morales controvertidos. Los conservadores consideran que esta versión de un cisma está siendo respaldada en Alemania mediante una renovación doctrinal que el Vaticano solo intenta redireccionar con delicadeza, y en Roma a través de un sínodo sobre la región amazónica que próximamente se llevará a cabo, el cual temen que menoscabe el celibato clerical y acepte el panteísmo y el sincretismo.

La dinámica subyacente es básicamente lo que hace años presentí que sucedería. La liberalización parcial de la era de Francisco ha alentado a los progresistas dentro de la Iglesia a aspirar a más, a la vez que muchos conservadores han caído en una crisis intelectual o en un tradicionalismo que parece paranoia.

Sin embargo, a pesar de que anteriormente fui alarmista, ahora que el cisma está en boca de todos, quisiera ser más precavido. El papa ha arriesgado mucho en su pontificado, pero una y otra vez ha evitado llevar a los conservadores a una posición teológicamente insostenible eligiendo la ambigüedad en vez de una claridad que podría partir su Iglesia.

Este estilo ambiguo, que también comprende una mezcla selectiva de transparencia y cierre de filas ante el abuso sexual, ha encolerizado a una parte de la derecha católica. Cuando comencé a escribir mi libro sobre Francisco, yo representaba al grupo marginal crítico, pero he sido superado por otros polemistas que hacen que mi análisis parezca moderado (¿les gustó mi autopropaganda?).

Pero la ambigüedad también ha asegurado que la oposición conservadora más férrea se lleve a cabo en línea y no a nivel institucional, o entre los cardenales retirados y no entre los arzobispos en funciones. No toda la Iglesia católica de Estados Unidos se opone a Francisco; los sitios web y las publicaciones de Twitter no pueden crear un cisma. Además, suponiendo que el sínodo para la Amazonía permita que en circunstancias especiales haya sacerdotes casados y emita un documento con afirmaciones ligeramente heréticas, entonces, como el cambio ambiguo de Francisco en el tema de las segundas nupcias y la comunión, la transformación sí tendría peso, pero no tanto como para escindir la Iglesia.

Por el contrario, en Alemania, el espíritu cismático no es un tema que solo interese a las personas que están perennemente en línea; los líderes actuales de la Iglesia alemana tienen un proyecto ideológico coherente y muy adelantado que podría requerir un rompimiento con Roma.

Sin embargo, los eclesiásticos alemanes también están seguros de que, en realidad, Francisco y los suyos están de su lado, de que la historia del catolicismo se está inclinando hacia sus ideas, de que el siguiente cónclave votará por un papa aún más liberal. Así que tienen incentivos para presionar y luego ceder, avanzar y luego aceptar ser corregidos, en lugar de insistir en sus diferencias con el Vaticano hasta llegar a un punto de ruptura.

Lo anterior sugiere que, si bien el legado de Francisco incluye algunas circunstancias que podrían causar un cisma, una verdadera escisión requiere de algún nuevo acontecimiento, otro consejo ecuménico o al menos otro papa.

Y todo esto, para regresar a un argumento que he propuesto antes: debería crear incentivos para que el debate entre las facciones católicas suceda de manera más abierta y con mayor caridad, en vez de con invectivas y sospechas interminables. Porque, aunque todos hablan sobre un cisma, por el momento nadie lo quiere, y ese “por el momento” podría durar, como muchas situaciones en un mundo en desgracia, un tiempo inesperadamente largo.

(c) 2019 The New York Times Company.

 

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