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Hojas sueltas

El capítulo final

Alfredo Molano Jimeno
26 de octubre de 2020 - 03:00 a. m.

Hace un año, exactamente, mi papá escribió su última página en la madrugada del sábado 26 de octubre y así quedó registrado en su libro Cartas a Antonia. Lo que no alcanzó a escribir es lo que les contaré a continuación. Pasó el sábado encerrado y refunfuñando, pienso yo, dándole vueltas a la idea de irse para Honda, donde habíamos pasado exitosamente los efectos de la anterior quimio. Un día antes, acudió a la última radioterapia de las 33 programadas.

El domingo se levantó decidido. “Me voy para Honda con el que vaya”, dijo. Mi madre, que no se le despegó un solo día del tratamiento, levantó la mano; mi tía María Elvira, que tampoco quería despegársele, se sumó. La decisión fue súbita, irresponsable, pensábamos con mis hermanos Marcelo y Juan Andrés. Ni siquiera su convicción electoral, que ejercía sagradamente, lo hizo titubear. “Allá, en el calor, voy a sentirme mejor”, alegó desagradado ante mi insistencia para que me esperara un día para irme con él.

Al llegar a Honda mi madre alertó que algo no estaba funcionado bien con la sonda por la cual lo alimentábamos. Se tapó, decía angustiada por el teléfono. Vinieron ruegos para que se devolvieran, pero él estaba ranchado en quedarse. Pidió tiempo para ver si el aparato, como le decía, se arreglaba solo. El lunes en la noche, ya con dos días de no recibir ni agua ni alimentos, nuestra angustia era total. Le escribí por Whatsapp que si no se devolvía de inmediato yo iría a buscarlo, como cuando él me sacaba de las fiestas en mi juventud. Me prometió que el martes se regresaría.

A la siguiente mañana cuando llamé hacia las 7 a. m., mi mamá dijo que, de manera inusual, seguía dormido, que había pasado mala noche y que había pedido que lo dejaran descansar antes de volver a Bogotá. Alrededor de las 3 de la tarde llegó a la Clínica Country, donde ya lo esperábamos. Nos metieron a un cuartico del triage en la entrada de urgencias. Los médicos de turno poca importancia le dieron a la situación de mi papá; no remitieron el asunto como una prioridad. Cada enfermera preguntaba lo mismo sin revisar la historia clínica, con el desdén de quien está acostumbrado a ver la muerte sin más.

Pasamos la noche en ese cuartico desde el que se oía todo lo que en urgencias ocurre. Para conciliar el sueño, me pidió que le diera un zolpidem de contrabando y que le pusiera a Diana Uribe con su historia sobre la Guerra Fría –un capítulo que lo tenía obsesionado en sus últimos días porque siempre buscó allí las raíces de nuestra guerra–. A la mañana siguiente, un doctor perfumado y peinado de lado dijo que seguían buscando un cuarto. La rabia de mi papá crecía.

Todo el día estuvimos en el tire y afloje con el sistema médico, que un cuarto sí, que ya casi, que no. Que lo iban a operar, pero que no se pudo, que no había sala. Yo tuve que irme a dormir un par de horas porque la travesía parecía no tener fin. Volví a la noche a relevar a mi tía y a mi hermano Marcelo. La noticia: lo habían operado repentinamente para acomodarle la sonda. Cuando volví estaba ya en un cuarto y eso le dio alguna tranquilidad. Hacía chistes escritos, porque no podía hablar, pero decía que tenía retorcijones en la barriga. Los médicos y las enfermeras ni se inmutaron. Alguna, generosamente, le subió la dosis de analgésico para que no se quejara. Al verlo mejor me decidí a ir a jugar fútbol y regresar para acompañarlo en la noche.

Cuando salí del partido, Marcelo me informó que mi papá había tenido una recaída y que estaba en reanimación. Llegué en pantaloneta y con la culpa encaramada en la espalda. Mi papá estaba muy pálido. Me miró e hizo un gesto de resignación tornando los ojos. Marcelo y yo mirábamos con angustia por las rendijas de las puertas y nos metíamos al cuarto para acompañarlo y limpiarle el sudor mientras una enfermera indolente nos sacaba una y otra vez. Volvió a sangrar y vi en sus ojos el miedo. Poco después entró en paro cardíaco, tal como lo predijo en su último libro. A la 1:28 de la madrugada del 31 de octubre de 2019, se fue de viaje como le gustaba, pero esta vez sin regreso. Desde ese día, en esta familia no somos los mismos.

 

Maria(95714)21 de diciembre de 2020 - 07:46 p. m.
Que en paz descanse el prof. Alfredo Molano y un fuerte abrazo para toda la familia!!!.
shirley(13697)26 de octubre de 2020 - 01:15 p. m.
Cuando leo el nombre de Alfredo Molano Bravo recuerdo sus palabras:" He tratado de mirar el país por un agujero que no le gusta al poder,porque lo irrita,lo molesta,lo desquicia ;prefieren la uniformidad dictada,la letra pactada,la verdad acomodada". En cuanto al sistema de salud en estas bellas tierras es UNA ASIGNATURA a remediar y de manera urgente.La estratificación del sistema es indignante.
Jota(18886)26 de octubre de 2020 - 12:28 p. m.
Si Alfreso hubiera sido un politico corrupto, lo hubieran traido de uegencia en helicoptero. No es claro el caso de Petro en la Fundacion Santafe?
John(30701)27 de octubre de 2020 - 02:09 a. m.
El tema de urgencias, es terrible, mi mamá llegó a estar 5 días, en el pasillo y en camilla, en el Cardioinfantil, ni siquiera pagando, se conseguía habitación
Aldemar(14308)26 de octubre de 2020 - 10:54 p. m.
Hermoso escrito. Gracias por compartir esta historia tan íntima y sensible! Cuánta falta nos hace el Maestro!
  • HERNANDO(11264)26 de octubre de 2020 - 11:30 p. m.
    Copartó su opinión, pero que sistema de salud o nivel de indolencia tenemos en esta sociedad
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