El carnicero

Juan David Ochoa
25 de abril de 2020 - 04:00 a. m.

Solo queda un hombre negado a aceptar la destrucción social y la obligación de las instituciones del Estado para contenerla hasta sus últimos recursos: Alberto Carrasquilla Barrera, el carnicero impuesto por los bancos para sostener el paradigma de las ganancias por tradición contra todas las posibles contingencias y catástrofes. Su ministerio tiene la cartera en la que se libra el pulso de sus reservas frente a la realidad. Por más cataclísmica que sea, la orden es preservar los valores y las cifras en equilibrio aunque se mueran todos. No hay discurso social entre banqueros y eso lo sabe muy bien su paladín estrella, que llegó al escenario político desde los tiempos iniciales del caudillo salvador que limpió esta historia de salvajes con bombas a discreción y ejércitos irregulares en la sombra. Esa financiación también la hicieron los bancos en la oscuridad aunque entre todas las masacres se perdieran los filtros, las cercas, los predios  y los nombres. Los muertos y el hambre no se cuentan nunca en sus balances, y los que lloran no alcanzan a oírse hasta las bóvedas donde las cifran pesan con el mismo pragmatismo de los perdedores.

Por empatía o por interés, los senadores y los partidos han ajustado sus discursos a la crudeza de una pandemia que lo arrastra todo en los avances de su infección. Los marginados en las últimas escalas sociales empiezan a desesperarse al borde del desastre, y la zozobra empieza a cubrir el espectro de todos los estratos. Las burbujas azules del poder también sienten los punzones de la incertidumbre entre sus sueños. Los planes que estaban a corto y mediano plazo ganando en intereses y pactos secretos se paralizaron. Las transacciones que esperaban de las capas sociales asfixiadas se detuvieron. La costumbre de obtener ganancias por la explotación seguirá demorándose. Por eso salen todos ahora a gemir en el mismo coro del terror y a suplicar clemencia ante un Estado indolente.

El presidente, por obligación, adopta un discurso social acorde al escenario y a las pautas de la corrección política y amenaza a los políticos de provincia que saquean los mercados y alteran los presupuestos para los pozos de sus pequeñas arcas y su redes poco visibles al centralismo. Todos, por presión social y bajo la atmósfera de la peor crisis económica de la historia, matizan sus discursos y adoptan sus posturas por primera vez, pero Alberto Carrasquilla no lo hace: sabe que puede seguir pavoneándose sin dramatismo y sin excesos actorales de misericordia, y que su cargo no será relegado aunque los bancos terminen de saquearlo todo bajo el silencio de su ministerio. La alcantarilla en que se esconden las ratas, según el duro discurso presidencial, solo es acorde a los ladrones marginales y a los políticos sin talento y sin lobbies influyentes que puedan salvarlos del escarnio y las condenas.

Sobre todas las burbujas y los estratos, los carniceros que bancarizaron este pequeño país feudal siguen cobrando los restos de una crisis que apenas empieza y que pronto estallará sin precedentes para la historia de nuestras grandes implosiones. Carrasquilla, ileso y hábil, seguirá caminando en los escombros.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar