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El censor de “El juicio final”

Manuel Drezner
08 de octubre de 2020 - 02:00 a. m.

La época de la Contrarreforma vio una gran inclinación al puritanismo, que hizo que la censura eclesiástica y la Inquisición persiguieran todo lo que según esas mentes pacatas iba contra la moral. Mientras en la Ginebra de Calvino prohibían reír porque eso reflejaba un espíritu que no tenía la austeridad que evitaba el pecado, en otras partes se iban a extremos aun peores. Uno de ellos tuvo que ver con esa gigante obra maestra que es El juicio final, que está en el Vaticano y a la cual Miguel Ángel dedicó varios años de su vida.

Miguel Ángel había pintado la bóveda de la Capilla Sixtina, comisión que inicialmente había rechazado, pues el artista consideraba que la escultura era el arte mayor al que quería dedicarse. La razón por la cual por fin aceptó fue evitar que su gran rival, Rafael, fuera quien lo hiciera y 25 años después, en 1535 el papa Paulo III lo llamó para que terminara el trabajo con una representación del juicio final en el altar mayor de la capilla. Miguel Ángel tardó cinco años en acabar esa majestuosa creación y cuando por fin fue descubierta hubo un escándalo mayúsculo. El artista, aparentemente asesorado por unos cardenales, había decidido que en el juicio final no habría vestiduras, ya que los textos hablan de la resurrección de la carne, pero como en ninguna parte mencionan sus ropas, la conclusión era que todos estarían con la desnudez inocente del Paraíso terrenal. El que más protestó fue el maestro de ceremonias de la corte vaticana, un tal Biagio de Cesena, al cual Miguel Ángel castigó pintando su efigie como uno de los condenados al Infierno y con orejas de asno. Cuando Biagio se quejó con el papa, este, que había gozado con la broma, le dijo que él nada podía hacer porque el poder papal solo llegaba hasta el Purgatorio.

Cuando murió Paulo III (a quien Miguel Ángel diseñó una espléndida tumba) subió al papado uno de los mayores detractores de Miguel Ángel, quien como Pío IV ordenó a Daniel Ricciarelli de Volterra, uno de los discípulos del maestro, ya muerto, que tapara todas las desnudeces de El juicio final. El hombre puso taparrabos y hojas de parra en los lugares estratégicos, para que la obra satisficiera la moral retrógada de esos pseudodefensores de las buenas costumbres. Eso arruinó la reputación del nuevo artista, a quien desde ese entonces solo recuerdan como Il Braghettone (el hombre de las bragas), el que censuró una de las grandes pinturas de la civilización occidental. Sus logros fueron olvidados, a pesar de ser buen artista y haber sido quien dibujó el más celebrado retrato de Miguel Ángel que se conoce. Sus pinturas están en museos como el Louvre, pero el mundo solo lo recuerda como el triste censor que le puso calzoncillos a El juicio final.

 

Atenas(06773)08 de octubre de 2020 - 02:07 p. m.
Ahhh, y entre "braguetones" a porrillo, o vacuos censores, seguimos.
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