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El centro

Andrés Hoyos
18 de febrero de 2009 - 04:00 a. m.

ACEPTÉMOSLO: NO ES QUE EL CENtro político esté despoblado en este país, es que anda desanimado. Colombia también es pasión en política, pese a que la pasión nos da malos consejos y nos conduce a caminos sin salida.

Uno de los efectos más perniciosos de la polarización que acompaña a los conflictos con muchos muertos, como el que padecemos aquí hace décadas, consiste en el desvanecimiento del centro político, tan dinámico en las democracias más maduras. El centro en realidad no desaparece, sino que, a semejanza de la mítica Atlántida, se hunde en el silencio, en la ventaja anímica que adquieren los gritones. Así, la que debería ser una reflexión con luces y sombras, con grises, se convierte en una opción maniquea entre el odio y el amor, el blanco y el negro. El problema más grave de cualquier maniqueísmo es que parte de una simplificación mentirosa, lo que a su vez conduce a soluciones mentirosas.

En un país enardecido, lo primero que se enardece es la galería, y el mensaje que uno recibe a diario es: hay que ser cristiano o león, no se puede ser nada distinto. ¿Se atreve usted a sugerir que no es tan buena idea que los leones almuercen así delante de todo el mundo? Pues usted es un mequetrefe, un tibio. De ahí que en los países polarizados se produzcan leoneras de ambos lados de la zanja política y conviertan en cristiano comestible al primero que medio se descuide. La víctima bien puede apellidarse Bickembach, o ser un desempleado de Soacha sin ningún pergamino; los leones igual se lo tragan.

Salta la paradoja: aunque las polarizaciones funcionan durante un tiempo, cuando dejan de funcionar los polarizados no se enteran del cambio. Y no es sólo porque sean fanáticos, prestos a justificar barbaridades con tal de que afecten al contrario, sino porque son conservadores por naturaleza, así prediquen la dictadura del caudillo iluminado o alguna versión remozada de la del proletariado. De ahí que resulte tan difícil dejar atrás el pasado en un país polarizado: los fanáticos de lado y lado no dejan. ¿Cómo se hace aquí, por ejemplo, para superar la lucha armada y la intensa militarización que se ha generado para combatirla? Es fácil decirlo en teoría: acabando con la una primero y muy pronto con la otra, y luego trasladando los conflictos a ambientes distintos donde a veces desemboquen en cambios drásticos, pero sin muertos. O, para volver a la metáfora romana, el conflicto con muchos muertos se supera clausurando el Coliseo donde comen los leones, sin que ello signifique que llegó la paz eterna. El problema subsiste, sin embargo, con aquellos que por el camino se aficionaron al espectáculo de sangre y rugidos y se rehúsan a dejarlo, a menos que el bando opuesto sea aniquilado.

Una versión alterna de la paradoja se podría formular del siguiente modo: el ruido que ahora nos ensordece es en realidad un ruido del pasado, que debió producirse entonces pero que se silenció debido a la extrema debilidad del país. Diez años atrás había masacres y secuestros a porrillo, había corrupción y captura descarada de rentas oficiales de lado y lado, es decir, había materia para vociferar, pero según mi recuerdo predominaba más que todo la sordina. Ahora los polarizados quieren vengarse de su propia debilidad pretérita, por eso no dejan de manotear.

Es hora de que se callen y nos dejen hablar del futuro, mientras todavía se puede y no llegan las dictaduras prometidas.

andreshoyos@elmalpensante.com

 

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