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El centro, ni chicha ni limonada

Cristina de la Torre
24 de marzo de 2009 - 03:00 a. m.

LUCHO GARZÓN, CANDIDATO DE IZquierda, se declara de “extremo centro”.

Luis Carlos Restrepo, alto comisionado para la refundación del uribismo, anuncia que buscará “elementos de centro izquierda”. Gustavo Petro, el más arrojado adversario de la ultraderecha, justifica su apoyo a un procurador ídem en virtud de su alianza con Álvaro Gómez —conspicuo promotor de la violencia—, en la Constituyente de 1991. Cuánta paradoja, cuánta confusión.

Como en el populismo, en el saco del centro todos caben. Los más disímiles ingredientes se mezclan en un caldo de sabor indefinible donde termina por prevalecer el más astuto y poderoso. En equívoco alarde de liberalidad, izquierdas y derechas engavetan sus ideas para plegarse a la insulsa medianía. Cierran el abanico de opciones y desaparecen. Las diferencias entre partidos, savia de la política, termina sacrificada a un consenso que homogeniza, paraliza y abona el terreno del caudillismo. Manes del pragmatismo que a menudo acompaña el espíritu de alianzas abortadas por los imperativos del instante. Más descaminados todavía quienes niegan las alianzas, fetichizan sus decálogos y, asustados ante los desafíos de la política moderna, se vuelven ellos mismos dogma, intransigencia, pequeñez. Entre el pragmatismo sin principios y el purismo, mucho enseñan las convergencias de largo aliento que abundan hoy en el mundo. Si liberales y socialistas se asocian en pos de equidad y democracia, no se dejan mimetizar en una fuerza asexuada que suprime las identidades políticas.

Ni caen en la ingenuidad de casarse con las fuerzas más oscuras de la historia patria. La alianza que Petro reivindica con el alvarismo (de Gómez), más que incidental, parece postura de principio. Su repulsa al “fascismo a la colombiana” que siguió al asesinato de Gaitán, no le impide añorar el trabajo a dos manos del M-19 y el dirigente conservador al cocinar la Constitución del 91. Petro atribuye la captura del Estado por las mafias a un “error” histórico del M-19. Este habría roto un pacto con Gómez enderezado a derrotar “el régimen”, suma de clientelismo y crimen que el líder conservador atribuía en exclusiva al liberalismo. Dizque abandonó a Gómez y se fue con López Michelsen. Al fin se logró desmontar el acuerdo habido entre la izquierda y el hijo de Laureano. Pacto que Antonio Navarro llamó “eje contra el clientelismo”.

En la práctica, éste conducía a declarar la Constituyente como poder de facto, de duración indefinida. De no cuajar la fórmula, tan socorrida de las dictaduras, los constituyentes (cuya mayoría hacían el alvarismo y el M-19), quedarían habilitados para lanzarse a nuevas elecciones de Congreso. A instancias del pacto con López, se duele Petro, habría naufragado la nueva Constitución, pues no se logró “una verdadera revocatoria de la clase política tradicional”. ¡Como si los conservadores no pertenecieran a ella!

Convergencia de extremos, acaso propiciada por una concepción del “centro” que convierte la política en río revuelto donde pescan con ventaja los más vivos. Ni chicha ni limonada. Aquelarre del inmediatismo electoral sin perspectiva para buscar, con quienes se compartan valores principales, objetivos precisos que beneficien a toda la sociedad. Sin sacrificar la personalidad política de los socios. El Polo y la izquierda liberal bien pudieran intentar una alianza de amplio vuelo. Empezando por tomar nota de la última encuesta: según Datexco, la intención de voto por Uribe en una segunda reelección, bajó de 56,8% en febrero a 35,2% en marzo.

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