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El chiste flácido

Carolina Sanín
20 de noviembre de 2011 - 01:00 a. m.

También este año el Reinado Nacional de la Belleza trajo consigo bellas ironías.

La primera está en una foto en la que las candidatas sostienen a la altura del rostro, tapándose con ellos la boca, cartelitos que dicen “No al sexismo”. La segunda está en la entrada que un profesor universitario publicó en su blog el día siguiente a la coronación, bajo el título “40 años de reinado: el país progresa”. Los resultados del supuesto estudio, ilustrados con gráficas, pretenden demostrar los avances de la sociedad colombiana a través de ciertas modificaciones en las características de las candidatas: el aumento de su edad, de su nivel de escolaridad, de su estatura y de sus caderas, y la disminución de su “talla de busto”.

En Twitter, al “ingeniero, economista, tecnócrata y columnista” (que es como hasta hace poco el profesor se presentaba en la red social, pero en inglés) varios le celebraron la gracia (sobran reidores para esas chanzas que se hacen a costa de las mujeres y que permiten que los muchachotes se sientan cálidamente unidos). Pero a una tuitera (o tuitero con pseudónimo femenino) que dijo no entender su sentido del humor, el educador le respondió: “No es humor. Es en serio”.

Dejando de lado su ridícula lectura de los datos (del aumento de las caderas el especialista infiere que hay mayor número de mulatas y de “morenas”, y de esto, ¡que hay menos racismo!), es insultante que un profesor de una universidad en la que se educa a mujeres y hombres sugiera, en serio o en chiste, que 40 años de reinado de belleza indican progreso. Si sus gráficas proceden de una investigación real, resulta perturbador que el tecnólogo aspirante a tecnócrata emplee su orgullosa técnica en reunir datos sobre el tamaño de las tetas de las reinas de belleza. Y que haya invertido tanta laboriosidad en elaborar un chiste tan malo o una estadística tan irrelevante indica que el aspirante a bromista es muy poco hábil o que se vio compelido por un móvil perentorio —un complejo como mínimo, una fobia en el peor de los casos— para publicar tamaña bobada.

Entre los móviles posibles, el que me viene a la mente es la misoginia. Ya hemos visto, en sus facetas de bloguero y columnista, la inclinación del profesor por el desprecio —o el miedo— a las mujeres. Al lamentarse de que las colombianas tengan parejas extranjeras (“los hombres colombianos no valemos nada ante los ojos de nuestras divas”) ha dicho que “la sumisión tropical siempre ha sido de buen recibo en los climas temperados” y, en un non sequitur, que “la movilidad de abajo hacia arriba está casi reservada a las mujeres”, insinuando que las mujeres ascienden socialmente por cuenta de los hombres con quienes se acuestan (también tendrá al respecto una estadística). Esa pose de macho inverosímil se ha hecho también patente en el despotismo con el que el profesor ha degradado el movimiento estudiantil colombiano tachándolo de “voraz” (léase “conchudo”) y diciendo autoritariamente que “cada concesión será seguida de una exigencia mayor”; en el tono de paterfamilias recalcitrante con el que ha ridiculizado el mismo movimiento diciendo: “Cambiar el mundo es más entretenido que asistir a clase”; en la condescendiente sentencia de “La plata no crece en los árboles”, que ha usado para desestimar las reivindicaciones sociales, y en el epíteto de “profesionales de la carreta” (o de la “cantaleta”, si somos mujeres) con el que designa a todos los columnistas que no basan sus juicios en estadísticas (como esa muy útil y muy brillante suya del reinado).

Pero a lo mejor me equivoco, y el técnico que se presenta como cuentachistes y catador de reinas de belleza no exhibe misoginia ni bastedad. A lo mejor sólo le gusta hacer y ver gráficos, no importa de qué, pues para él ser científico y riguroso tal vez es imaginar palos, curvas, diagonales ascendentes, barras que crecen, decrecen, se desploman.

 

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